ABC (Sevilla)

¿A DÓNDE VAMOS?

- IGNACIO MARCOGARDO­QUI

a ministra de Economía, Nadia Calviño, aseguró la pasada semana que las cosas de la economía siguen bien. Aunque a la vista de los datos resulta inevitable acordarse de los mensajes –tan optimistas como equivocado­s–, que nos lanzaba Pedro Solbes mientras todo se derrumbaba a nuestro alrededor, la comparació­n es exagerada. Creo. Pero es evidente que algo ha cambiado.

Antes, cada nueva previsión de crecimient­o superaba la anterior. Ahora sucede lo contrario. Antes, los precios mantenían una estabilida­d que algunos detestaban. Ahora han despertado, asustan a los pensionist­as y exasperan a los sindicatos. Antes, los tipos de interés se arrastraba­n por los suelos. Ahora permanecen bajos, pero amenazan con subir. Antes, el crecimient­o era global y sostenido. Ahora, y aunque los EE.UU. van como cohetes –quizás demasiado rápido para mantenerse en el tiempo–, los emergentes dan bandazos y hunden sus monedas en un movimiento que parece duradero.

Eso si miramos hacia afuera. Si lo hacemos hacia adentro, antes teníamos un gobierno timorato frente a las reformas y podrido en sus estructura­s de financiaci­ón, pero razonablem­ente previsible en sus comportami­entos económicos.

Ahora tenemos un gobierno voluble y volátil; volcado en agradar al pueblo con la máquina del gasto e incapaz de plantearse nada que apoye a la actividad y fomente la creación de empleo. Piensa que basta con enunciar un deseo del tipo «queremos más derechos, deseamos más empleos y exigimos mejores salarios» para que la realidad se conforme y nos traiga el futuro ansiado.

Pues no. Nada de eso sucederá si en este nuevo escenario mundial al que nos enfrentamo­s, insistimos en mantener rumbos imprevisib­les y practicamo­s medidas tan populares como nocivas. Ya sabe que nunca hay buen viento para quien no sabe a dónde va. Y, ¿a dónde vamos nosotros? Sin duda no a donde queremos, mientras no hagamos lo que debemos. Y aquí reside el problema.

El Gobierno sabe a dónde quiere ir, pero no sabe lo que hay que hacer para llegar allí. La riqueza de un país no es un stock inmutable que se puede trocear y repartir a voluntad. No, la riqueza y los empleos, se crean y se destruyen según lo que hagamos en cada momento. Permanezca atento.

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