ABC (Sevilla)

El Granaíno, cantaor de antología

Pedro Heredia se consagra en la Bienal con un recital en el que alía a Camarón con Morente gracias al prodigio de su voz

- ALBERTO GARCÍA REYES

La cadencia Una de las grandes virtudes del de Granada es su sentido rítmico, que siempre da aire al cante

Con ese metal tiene medio camino andado. El eco broncíneo de Pedro Heredia es una ruina romana del cante. El último gran hallazgo del flamenco. Por eso el Granaíno tiene ahora una responsabi­lidad que ni él podía imaginar hace apenas unos años. Es la esperanza negra de este arte, la mimbre del canasto jondo, el grito sin tiempo metido a compás. En la Bienal se la jugaba. Y salió a ganar. Enseñó el cielo de la boca con una zambra caracolera a piano en la que zamarreó sus vigas maestras: Camarón, fuente de esa queja rozada y al mismo tiempo limpia en la que se han perdido tantos imitadores; Tomás Pavón, un sabio que hizo dulce la agonía y amarga la felicidad con su «Reniego» por seguiriyas; y Antonio el Chocolate, que llegó al centro de la tierra, que es donde quema de verdad, por fandangos. El Granaíno se abrió de capa con ellos para exponer su esencia: el cante de verdad, el que no pertenece a nadie, no se estudia, se vive. Para poder apreciar el sonido del dolor hay que meterse en la soleá de Alcalá con la cadencia pastueña chocolater­a, con el corazón en la boca por Cádiz y con unos pocos de lunares en la garganta para hacer la letra apolá de Camarón. Si mi mal no tiene cura, que el de Graná me dé la extremaunc­ión con un torno de Triana. Con ese gañafón contenido de su voz, que es humilde porque parece pobre y, sin embargo, es propietari­a de un imperio capaz de meterle mano igual al de la Isla que al Pele, pero sin abusar de ninguno. El poder de este Heredia es que cuando canta con angustia, nos angustia. Cuando canta con dolor, nos duele. Cuando canta con miedo, nos amedrenta. Pedro canta de verdad. Mitad por afición, mitad por necesidad. Canta con una sencillez imposible. Con naturalida­d. Por eso se puede meter en el repertorio de Morente por tientos, que está aparenteme­nte en las antípodas de su estilo. «La leyenda del tiempo» de Lorca según Enrique ha adquirido en labios de este gitano una nueva dimensión. A este hombre le vale sólo lo bueno, venga de donde venga y caiga quien caiga. Él no pregunta. Sólo busca. Y pone su don al servicio de su sangre antigua. Rompiendo tabúes. Oxidando los tercios blancos. Enmohecien­do la plata de los orfebres del melisma. Los aficionado­s llevamos tiempo asustados porque el cante está atravesand­o un desierto. Se fueron los viejos y no terminaban de llegar los nuevos. Por eso Pedro el Granaíno es un consuelo. Ha descollado tarde, pero por derecho. Y ha puesto a todo el mundo a cavilar porque viene con una idea arrasadora. Le pone astillas agujeteras a la velocidad melódica de Vallejo por granaínas. Ha abierto todas las fosas del cante para reconstrui­r su esqueleto hueso a hueso. Sin prejuicios. Sin copiar. Simplement­e cambiando las cosas de sitio. En eso consiste su obra: en sacar del cajón toda la historia del flamenco y ordenarla de nuevo. En rematar la media granaína con fandangos de Huelva a ritmo abandolao. Y todo con un eco que desgarra y que cuando parece agotado sigue subiendo la cuesta. Un grito que ahoga al

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RAÚL DOBLADO El Granaíno, durante su actuación de anoche en el Lope de Vega
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