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Pocos asesinatos como el del agente Antonio Cedillo ilustran la brutalidad con que operó ETA durante décadas. Malherido, Antonio Cedillo sobrevivió a una emboscada terrorista contra dos coches en los que viajaban cinco agentes del Cuerpo Nacional de Policía, dos de los cuales murieron en el acto y otro falleció al ser trasladado al hospital. A Cedillo lo encontró un vecino, que lo subió a su furgoneta para trasladarlo al hospital, pero los etarras lo localizaron, hicieron parar el vehículo, arrojaron al policía a la cuneta y allí lo remataron. Aquello ocurrió el 14 de septiembre de 1982. Ayer, la viuda, el hijo y la hermana del agente Cedillo volvieron a Rentería, ciudad que no habían pisado desde que, hace ya más de tres décadas, abandonaron un País Vasco donde el odio pesaba más que la propia vida humana. Con ellos llevaron un olivo centenario, desde ayer plantado en la tierra que tuvieron que dejar atrás, huérfanos de casi todo.
Incluso el alcalde de la localidad guipuzcoana, de Bildu, hizo el paripé de la reconciliación y la equidistancia en un acto repleto de simbolismo. «No se trata de pasar página, porque no se puede, sino de escribir una nueva, renglón a renglón, reconstruyendo la convivencia, regando la paz», dijo José Miguel Cedillo, que en septiembre de 1982, cuando ETA mató y remató a su padre, tenía solo tres años. Su deseo ahora es que su padre «salga del listado anónimo de las víctimas del horror y de la violencia para pasar al listado, también anónimo, de quienes han ayudado a construir la paz».