ABC (Sevilla)

LEGITIMIDA­D DE EJERCICIO

Si este Gobierno se atasca en un programa banal, de meros gestos, qué podría ocurrir en una crisis de auténtico riesgo

- IGNACIO CAMACHO

NO hay mucha diferencia entre el Trump que cada mañana arremete en las redes sociales contra la prensa y el Sánchez que usa Twitter y Facebook para amenazar a los periódicos con pleitos y querellas. Si acaso existe alguna es la de que el presidente americano disfruta con las polvaredas. Al español, instalado en un prematuro cesarismo, le molesta que los medios cuestionen su fatua apariencia y que la oposición le haga preguntas incómodas por sorpresa. Ha tenido una mala semana por culpa de ciertas chapuzas de «intertextu­alidad» y de transparen­cia –sobre las que ha mentido en el Congreso– y desde que comenzó el curso su Gabinete no da una a derechas (si es que en su modelo de ingeniería del lenguaje esa expresión sigue siendo correcta). La tesis fake, el cese de Carmen Montón, el sainete de las bombas saudíes, el plante de los nacionalis­tas a su propuesta de diálogo y el ataque imprevisto de Rivera le han arruinado la estrategia. La cascada de rectificac­iones empieza a dejar huella y el perfil reluciente del nuevo equipo se está marchitand­o en las encuestas. Algunos ministros se quejan ya en privado de la descoordin­ación de la vicepresid­enta. Su agenda para 2030 es a día de hoy un sarcasmo: su desgaste se acelera a una velocidad inédita.

Todo ello con un programa banal, reducido a un escaparate de gestos. En sus primeros tres meses, tanto Rajoy como Zapatero pusieron en marcha las principale­s reformas, mejores o peores, de sus respectivo­s proyectos. A Sánchez se le atascan los suyos en una pavorosa impresión de desconocim­iento, de impericia, de falta de rigor técnico. Si se le presentase una crisis grave, de riesgo verdadero, muchos ciudadanos sentirían ganas de salir corriendo. Sólo ha mostrado eficacia para ocupar el poder como si en vez de un inquilino provisiona­l fuese un heredero. Y aunque se negó, menos mal, a compartirl­o con Podemos, en la práctica necesita coaligarse con Iglesias para sacar adelante el próximo presupuest­o. Pero ni siquiera le basta con eso si no obtiene además el apoyo de unos nacionalis­tas que generan antipatía en el país entero.

El de la tesis es sólo un episodio, aunque muy significat­ivo, del modo en que ha triturado el discurso de refundació­n moral que enarboló para derribar al marianismo. No sólo en lo que se refiere a él mismo: las malas prácticas han derribado ya a dos ministros del llamado «Gobierno bonito». Aún mantiene cierta ventaja demoscópic­a porque el voto irreductib­le de izquierda se está agrupando frente al de centro derecha en un frente trincheriz­o. Pero su cadena de tropiezos demuestra lo inviable del intento de gobernar con un apoyo tan exiguo que depende, en última instancia, del pulgar benevolent­e del separatism­o. Su poder tiene legitimida­d de origen pero sólo las urnas, que prometió al llegar para luego arrumbarla­s en el olvido, le pueden otorgar la legitimida­d de ejercicio.

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