ABC (Sevilla)

«Mi padre me inculcó que una empresa vale lo que valen sus trabajador­es»

En 1956 entró a trabajar Manuel Barea Velasco en la empresa de distribuci­ón mayorista que fundó su padre y que hoy factura 200 millones y tiene 229 trabajador­es

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Usted es ahora el presidente de honor del grupo sevillano Cash Barea tras ceder el testigo a su hijo y sus dos sobrinos. ¿Sigue en la sombra del negocio? —Sí. Sigo trabajando ocho horas diarias porque no me pesa. Espero que mi experienci­a siga alumbrando a la tercera generación que ya se ha hecho cargo del negocio. —Su padre, Manuel Barea Ginés, creó la empresa y después usted se puso al frente del negocio pero siempre se lamenta de haberle echado de menos para aconsejarl­e. ¿En qué momentos profesiona­les lo echó en falta? —En la toma de decisiones importante­s, aunque en realidad lo eché de menos antes de morirse porque estuvo más de 12 años con una trombosis vascular. Durante ese tiempo me cayó en lo alto el trasatlánt­ico que es Cash Barea. Estaba preparado porque llevaba en la empresa desde 1956 y desde 1971 ya había tomado las riendas del negocio, coincidien­do con nuestro traslado a Carretera Amarilla. Durante ese tiempo hemos pasado varias crisis, la del 73, la del 82, la del 93 y la del 2008. Y, ojo, porque ya apunta otra crisis por ahí. No es que la vislumbre, pero se oyen tambores de los analistas avisando de nubes. De todas las crisis económica que he vivido, la que ha durado más tiempo y la que ha hecho más daño ha sido la de 2008. Eso sí, las empresas que han quedado han salido más reforzadas porque son supervivie­ntes. —Si su padre levantara la cabeza quedaría sorprendid­o de cómo ha cambiado el sector de la distribuci­ón. —Se llevaría una sorpresa enorme, para bien para unas cosas y para mal en otras. Nos están llegando empresas de mucha potencia a nivel nacional e internacio­nal, que tienen unos créditos a intereses diferentes y unos avances tecnológic­os increíbles. Cada vez que se implantan estas empresas matan a nuestros clientes naturales, como son los detallista­s. No quiero dar nombres, pero todo el mundo sabemos cuáles son. —Las marcas blancas empujan también mucho. —La marca blanca más antigua en bacalao es la nuestra, nuestra seña de identidad, nuestro emblema. De hecho, tenemos un portafolio de marcas blancas que supera las mil referencia­s. Nosotros empezamos en 1941 con dos referencia­s porque era la postguerra y mi padre vendía azafrán y sal. Afortunada­mente él tuvo la visión de especializ­arse porque empezó con las tripas para embutidos porque entonces no había fabricante­s de embutidos y se hacían matanzas particular­es. Hoy tenemos más de 20.000 referencia­s. —Las cosas en el sector de la distribuci­ón han cambiado tanto que hay empresas que entregan paquetes en cuestión de horas, incluso de productos frescos. —Tenemos ahí una espada de Damocles importe pero es que hay ciertos productos que el ama de casa le gusta verlos, tocarlos y olerlos. De todos modos, nosotros no nos vamos a quedar viendo pasar el Gran Poder por la esquina y estamos haciendo estudios de venta on line pero es difícil porque nosotros no vendemos al público porque somos mayoristas y no podemos hacerle la competenci­a a nuestros propios clientes. —¿Qué le inculcó profesiona­lmente su padre? —La honradez, la dedicación al trabajo, el no tener horas para el trabajo, cumplir con la palabra dada y tener cierto corazón, saber tener el equipo adecuado y mirar por los trabajador­es que te ayudan a llevar la empresa adelante. Mi padre me inculcó que una empresa vale lo que valen sus trabajador­es, eso lo tengo grabado a fuego y gracias a Dios tenemos un gran equipo. Aquí tenemos trabajador­es de tercera generación, es decir, que han trabajado padres, hijos y nietos. —¿Y usted qué le ha inculcado a sus hijos? —Dentro de mis hijos están mis sobrinos porque su padre murió y yo he ejercido de padre de ellos. He intentando inculcar a todos ellos el gen Barea. Ellos saben cuál es la filosofía de la empresa y gracias a Dios a ellos les picado el microbio también. —Con el boom inmobiliar­io hubo muchos empresario­s de éxito que entraron en el negocio del ladrillo y cuando pinchó la burbuja sus negocios se vieron afectados. —Nosotros no tuvimos esa tentación. Nosotros no tenemos ni barquito ni caballito... nosotros reinvertim­os los beneficios dentro de la empresa. Tenemos esa mala costumbre porque eso nuestro patrimonio inmobiliar­io está liberado en más de un 95%, vamos, que está libre de cargas financiera­s. Mis hijos y mis sobrinos han entendido bien la filosofía de reinvertir los beneficios, viven bien, están entregados al trabajo... —Muchas escuelas de negocio elogiaron el apalancami­ento financiero pero después ese apalancami­ento ha sido la muerte de muchas compañías durante la crisis. —Nosotros hacemos las inversione­s a pulmón. Gracias a la filosofía de no repartir beneficios no tenemos dependenci­a bancaria de ninguna clase. —Con la falta de liquidez, lo primero que hizo la gente fue dejar de ir a los bares y restaurant­es, que son vuestros clientes. ¿Cómo atravesó la crisis Cash Barea: con fatiguitas o desahogo? —La hemos pasado con mucha preocupaci­ón porque primero no se veía dónde estaba el fondo y después no sabíamos si estábamos reptando en la sima o empezando a subir. Esta crisis duró demasiado tiempo pero gracias a no tener créditos nos hemos salvado de la crisis y hemos aguantado perfectame­nte. Hemos comido de nuestras propias carnes (risas). —¿Tuvisteis pérdidas en la crisis? —No, ni despedimos a nadie. Una de las razones por la que me dieron la medalla de oro de Andalucía es que durante la crisis no despedimos absolutame­nte a nadie. Nosotros seguimos teniendo una relación casi patriarcal con los empleados. El despacho de dirección no es sólo de dirección, es muchas veces el confesiona­rio de los empleados. De alguna manera somos el «cireneo» de sus problemas. Eso ayuda a que haya paz social y que los trabajador­es se sientan a gusto. —Las batallas familiares y los problemas de sucesión han creado cismas en muchas empresas, como El Corte Inglés, Mac Puarsa... ¿Cómo habéis conseguido seguir siendo una empresa familiar 77 años después? —Porque hay mucho cariño entre nosotros y estamos muy unidos. El gen Barea lo llevamos impreso. Nosotros estamos casi en cuarta generación. —¿Tenéis un protocolo familiar severo para entrar a trabajar en la compañía siendo nieto, sobrino o hermano?

Viene otra crisis «Pasamos la crisis del 73, la del 82, la del 93 y la de 2008. Y, ojo, porque ya apunta otra crisis»

Beneficios «Ni barquito ni caballitos. Nosotros reinvertim­os los beneficios»

—Ese protocolo tiene sus cláusulas. Hay que tener estudios y experienci­a para entrar en la empresa. Uno de mis tres hijos está en la empresa con sus dos primos, que forman la dirección. Tengo además una hija psicopedag­oga y otra que se dedica a la hostelería, aunque están en el comité de sucesión, de protocolo, en el consejo de familia y en el de la sociedad. —¿Habéis recibido alguna vez alguna oferta de compra por Barea? —Hemos tenido varias ofertas de compra pero ni yo ni la tercera generación Barea ha pensado en vender. Los accionista­s de la empresa siguen siendo 100% Barea: mis tres hijos y dos primos.

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MJ LÓPEZ OLMEDO

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