ABC (Sevilla)

Romance de Dolores

- POR ALBERTO GARCÍA REYES. FOTO: MJ LÓPEZ OLMEDO

La Virgen lleva un quejío de Távora bajo palio y un Salvador dolorido con Dolores en los tuétanos, lleva al padre Diamantino, obrero antiguo del campo que verdea los olivos para llenar su canasto con retales del esquimo de los olivares blancos. La Virgen lleva el estilo de Diego Puerta en las manos, el toreo despacito y el miedo siempre tan largo, lleva el baile de tronío de los Montoya por tangos, que tienen en el sentido la pena de los gitanos, y lleva en su pañuelillo, con péndulo de rosario, las letras viejas del Bizco con voz de Sebastián Santos, el tiempo llevando el ritmo de lo que nunca ha pasado.

La Virgen lleva el dolor metido en su Desamparo y el grito de un cantaor con la muerte en los costados, un aire de expiración en su suspiro clavado porque sus lágrimas son siete Dolores del barrio con la cruz de extremaunc­ión de la Humildad de Miñarro, los jazmines de un balcón y el olor de los geranios arrancados, en su honor, del Cerro que está más alto. Lleva la lluvia de Dios en la orilla de sus párpados y en los labios un clamor de injusticia y de desgarro, un torrente de valor con un llanto subterráne­o, un Tamarguill­o de amor por adentro desbordado y un vuelo depredador del Águila de su llanto que tiembla como un tambor cuando se posa en el árbol y ve pasar al Señor.

La Virgen lleva en su cielo las sábanas de extramuros, faldones de tendederos, saetas con blancos nudos amarrados a los hierros cuando los cantes oscuros se ponen su manto negro y gimen el triste anuncio de muerte a los cuatro vientos. Lleva el olor y el conjuro del hervor de los pucheros, sollozos de moribundos que le re- zan desde lejos, el pesar de los augurios de los vecinos más viejos, el grito de los barruntos de los zaguanes abiertos, los silencios más profundos y los jolgorios más serios, en un arrabal el mundo y a la intemperie su templo. La Virgen lleva en la cara la explosión del polvorín, el agua de las riadas, la cruz que desde San Gil se trasladó a Santa Bárbara, los franceses de San Luis, la hilatura sevillana para el tejido de abril, la cal caída en las tapias, los jirones del textil en las ollas de las casas, el principio con el fin, la incertidum­bre callada entrando por el redil y la fe de las miradas que alumbran como un candil a la Reina cuando pasa por dentro de su fortín. Lleva su barrio en el alma porque se quiere morir proyectada en sus fachadas, silueteand­o el jardín que florece en las ventanas. La Virgen lleva el sonido de los fandangos rebeldes de la burra de Pianillo, aquel vendedor ecuestre de los cantes más antiguos que cobraba a sus clientes una gorda por pellizco y tres duros por el duende. Lleva tres cuartos de siglo templándos­e en sus ayeres y sus marchas son gemidos que en sus Dolores la mecen, el salón del Caserío celebrando sus banquetes y el aire de los Molinos alimentand­o su vientre con el hambre del destino por la frontera del puente. La Virgen lleva un venero de sangre del Abandono cuando llega al Matadero y ve con sus propios ojos cómo se lo llevan muerto. Lleva un antiguo tesoro con ecos de Pepe Suero rebotando en su oratorio, Ferviz el capirotero, el archivo de Montoto, el puñal del carnicero y en su puño todo el cosmos del barrio de sus ancestros. La Virgen convierte en gozo los mil Dolores del Cerro.

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