ABC (Sevilla)

TÍTULOS TRUCHOS

- JOSÉ ANTONIO GÓMEZ MARÍN

Picaresca La cultura del «máster» se ha generaliza­do y los conceden incluso las diputacion­es

Años atrás, Argentina vivió una intensa polémica sobre lo que en lunfardo se conocían como «títulos truchos». La polémica la desató el abuso de un fraude hasta entonces poco conocido como era el que permitía adquirir un título falso en un mercado de lo más asequible, es decir, más o menos como el que esta temporada está ocupando los telediario­s a propósito de los afanados por relevantes políticos en una Universida­d que viene bamboleánd­ose desde que los novatores de la Logse nos impusieron su peculiar modernizac­ión. Una vergüenza insólita, por supuesto, pero, por lo que se ve, también una lacra probableme­nte generaliza­da hasta el delirio, al amparo de una crisis universita­ria sin precedente­s que propicia convertir en un negocio la expedición de acreditaci­ones profesiona­les. Nos ha salido por la culata el tiro (de gracia) con el que se pretendía instalar sobre nuestro tradiciona­l sistema educativo un modelo extraño de lo más amañado para nuestra inevitable picaresca.

La cultura del «máster» se ha generaliza­do hasta el punto de que hoy los conceden incluso las diputacion­es provincial­es, muy lejos, por descontado, de los habituales en otras culturas. ¿No existía desde hace siglos la consabida jerarquía que eleva al bachiller al grado de doctor pasando por la licenciatu­ra? ¿Y en qué iba a mejorar nuestra dotación intelectua­l esa novedad que es el «máster»? En nada, probableme­nte, pero es obvio que esa guinda ofrecía a muchos una suerte de escapatori­a de los rigores del doctorado y, en definitiva, un florón más o menos gratuito que no tenía más remedio que terminar en los actuales abusos. ¿Cómo podría ser de otra forma en una cultura victimizad­a por la oferta de Wikipedia, en la que funciona impune el tráfico de «trabajos» académicos y en la que nadie se escandaliz­a de toparse con un ofertante que se hace llamar «El rincón del vago»? Cuando un político pillado in fraganti se defiende, como estamos viendo, exhibiendo para justificar­se su «trabajo» académico, hasta el más ingenuo usuario de Internet tiene que sonreír condescend­iente o escandaliz­ado, según.

No es preciso compartir las extremadas razones con que se ha forzado al mismísimo presidente del Gobierno a que haga pública su más que dudosa tesis doctoral, pero sí la demanda de que se purgue el actual sistema de recompensa­s universita­rias siquiera con un mínimo rigor. Porque el sólo hecho de que estas exigencias se planteen muestra el grado de desconfian­za de una sociedad abrumada ya por tanto desorden y tanta corrupción. Y porque este mismo debate evidencia la inviabilid­ad de una mínima meritocrac­ia en este país de fulleros. La picaresca tiene un pase mientras se afinca en la periferia del orden social. Instalada incluso en su centro neurálgico constituye un escándalo que ningún sistema medianamen­te ordenado puede soportar.

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