«Quejío»,un grito histórico
∑La primera obra del dramaturgo y Premio Max de Honor de las Artes Escénicas, Salvador Távora, regresa a la escena sevillana
Salvador Távora, premio Max de Honor de las Artes Escénicas y Medalla de Andalucía, nació en el Cerro, en aquel cerro donde anidaban las águilas, cantaba el Bizco Amate, la que llamaban «la sopera» recogía a los muertos, y la ciudad, Sevilla, quedaba lejos, mucho más allá del arroyo del Tamarguillo. Távora es un curioso fenómeno del teatro de este país que decidió, una vez que abandonó el toreo (su otra pasión), dedicarse al teatro. Pero el teatro «pequeño burgués» de la época no iba con su carácter ni con sus inquietudes, Távora quería que su teatro «oliera a Andalucía», y nació un mito, «Quejío».
El estreno de esta obra sucedió en Madrid el 15 de febrero de 1972, y su supervivencia hasta nuestros días es casi un milagro en el mundo teatral español. A los 46 años de su estreno «Quejío» vuelve a los escenarios sevillanos dentro de la programación de la Bienal de Flamenco. En esta ocasión, en lugar de Salvador Távora, Juan Romero, Pepe Suero, Joaquín Amaya, José Domínguez y Angelines Jiménez, elenco que estrenó la obra, en el reparto están Manuel Vera «Quincalla», Florencio Gerena y Manuel Márquez de Villamanrique al cante; la guitarra de Jaime Burgos; el baile de Juan Martín, y la interpretación de Mónica de Juan.
La escenografía es la misma que en 1972, el bidón guardado durante 46 años, la guadaña, los candiles, las cuerdas. Esta obra, que ha realizado más de 800 representaciones, sigue teniendo esa especie de sensación clandestina con la que fue creada.
«Quejío» consiguió superar las inquisidoras miradas de la censura franquista que tanto temía Távora, porque simplemente los censores no entendían de flamenco y no les interesaba. La obra sigue viva. Ese grito ronco, dolorido y casi agresivo con el que se denunciaba la situación de subdesarrollo de Andalucía, sigue estando ahí. Otro de los méritos de la obra es que se ha mantenido fiel a su esencia, para continuar removiendo conciencias a pesar de la distancia, porque para Távora, el arte sin compromiso no sirve para nada. Así, el cante es desgarrador, el baile racial, duro, casi duele. No se trata de conseguir virtuosismo, se trata de transmitir un mensaje que se ha matenido incólume y que quizás pueda trasformarse a las nuevas demandas de la sociedad. En «Quejío» están las facetas de la vida de Távora, el flamenco y el trabajo manual.
A pesar de que los espectadores del siglo XXI estamos acostumbrados a una visión mucho más narrativa tanto en el teatro como en el flamenco, la vanguardia de la propuesta se deja sentir. La interpretación es rigurosamente «tavoriana», exigiendo a los intérpretes que sean parte de la obra. Entran a oscuras por el patio de butacas
Esencia Fiel a su creación la obra no ha sido amplificada y cuenta la con la escenografía original
y encienden los candiles en el escenario. La obra no está amplificada, carece de micrófonos para conservar toda la esencia de su origen.
Todos participan de la escena. Así los cantaores arrastran el bidón, tiran de las cuerdas o se lanzan al suelo; al bailaor Juan Martín, Távora le exige no sólo un zapateado intenso, sino también el desgarro de la interpretación. Todos los miembros del elenco han comprendido qué es el teatro según Távora y cumplen con esa cadencia de la dirección que impone el dramaturgo. Dividida en diez movimientos, la obra recorre palos como el martinete, cantes de trilla, arboreá, seguiriya, petenera...
La sombra de Alfonso Jiménez Romero, de José Monleón, estuvo presentes en este emocionante reestreno que nos recuerda que hace 46 años alguien creía que el flamenco podía servir para convertir una demanda social en un hecho teatral. Al final, la presencia de Salvador Távora en escena, levantó al respetable de su asiento, ofreciendo al dramaturgo una gran ovación llena de respeto y cariño.