El talento gana cuando los obreros se cansan
∑ El Barça, en su versión más discreta, remonta ante una Real que perdonó demasiado
La Real salió fuerte, como siempre contra el Barça en Anoeta. El balón era de los visitantes, pero los de Garitano, muy atentos, muy pegajosos, muy intensos, no dejaban hacer nada. El reformado estadio ha eliminado, por suerte, la absurda pista de atletismo que separaba el corazón de su latido. A los dos les costaba avanzar con sentido, muy bien organizadas las presiones colectivas. Partido poco fluido en su comienzo, con más preservativo que amor, con más miedo que esperanza.
Messi operaba en todos los registros, aunque sin entrar demasiado en juego. La Real, incómoda con el balón, pero aprovechando cualquier chispa, como la que tuvo en el minuto 12 y que Elustondo elevó a gol de un soberbio disparo al primer palo, batiendo a Ter Stegen, que poco pudo hacer, o más bien nada. Los fantasmas de Anoeta volvían a acechar al Barça, que una vez más, y ya van seis, empezaba en Donosti perdiendo.
El Barça se sumió en sus miedos y la Real se creció en la fe en su juego, y aunque no creaba grandes oportunidades, exprimía cada error azulgrana para sacarle cualquier provecho. Cualquiera. Además, su defensa dura y ordenada hacía dudar al Barcelona cuando tenía el balón. Se cerraban muy bien los donostiarras, atacaban con poca finura y todavía menos gracia los de Valverde. Si algún culé había aprovechado para ir a comer a Arzak y se había marchado pronto para llegar a Anoeta a las 16.15, estaría lamentando profundamente haberse quedado sin sobremesa a cambio de tan pobre espectáculo.
Pésimo Barcelona
Zaldúa neutralizaba a Dembélé, Messi exploraba sin saber exactamente qué hacer, y la Real le aplicaba al duelo y al Barcelona la legislación vigente y la tarde le funcionaba afortunada y feliz como una declaración de la Renta que te sale a devolver. Piqué reclamó un penalti que no lo era y el VAR lo ratificó. Suárez a continuación volvió a reclamar una mano dentro del área, y otra vez el VAR acertó dándole la razón a Del Cerro Grande, que no había señalado nada.
Mal Semedo, Suárez impotente y Dembélé enjaulado. Saltó Coutinho a calentar, llegamos al descanso. Y Valverde hizo lo correcto: sacrificar a Semedo para dar entrada a Coutinho. Semedo es un buen chico, pero no sirve para jugar en este equipo. El Barça no es un club social.
Casi lleno Anoeta: sólo faltaron 1.300 para los 28.000. Busquets en el 57 salió por Rafinha y el equipo parecía como querer despertar de su aburrimiento (y del nuestro). Messi se involucraba. El Barcelona, con su once habitual y sin los inventos tácticos de la primera parte, empezaba a vivir cerca del área de la Real, pero fueron los de Garitano los que tuvieron la gran ocasión, que desperdició Oyarzábal. Coutinho, muy mal, dimitió de la transición defensiva. Theo Hernández tampoco acertó en la segunda seguida, y clarísima, de su equipo: extraordinario Ter Stegen. Y hasta una tercera tuvieron los locales, que una vez más salvó el alemán. Y cuando tanto perdonas, palmas, como se encargó de recordar Luis Suárez, que empató tras un barullo considerable. Coutinho estuvo a punto de marcar el segundo de un enroscado disparo, pero Rulli respondió con una magnífica estirada. Quien acabó marcando, rebotes y más rebotes, fue Dembélé, sentenciando – como merecen– a los que tuvieron la gloria al alcance y no supieron concretarla. No es que el Barcelona hubiera mejorado mucho, pero se puso serio y la Real no supo estar a la altura. No se pueden fallar, especialmente contra el Barça, tres ocasiones tan claras. E incluso una cuarta en el 86, para empatar, porque hay que reconocerles a los locales que nunca tiraron la toalla.
Las primeras partes son incómodas para los equipos virtuosos, porque los destructores del juego están fuertes y organizados. Partido gris, pero partido moral: el talento ganó cuando los obreros se cansaron.