Todo en barbecho
Se suele atribuir a la vicepresidencia del Gobierno de España el papel de coordinar la gestión del gabinete. Al menos ha sido siempre así hasta la llegada de María del Carmen Calvo Poyatos (Cabra, Córdoba, 1957) a la subjefatura de La Moncloa, misión que ha decidido dejar tan en barbecho que un día se desayunó con que su «Gobierno bonito» acababa de dar vía libre a un sindicato de prostitutas, lo que venía a legalizar en España la profesión más antigua del mundo, todo un «avance» en el terreno de la igualdad al que Calvo dijo que se entregaría en cuerpo y alma. Tanto que lo primero que hizo fue sugerir una nueva redacción de la Constitución para que acogiera la pamplina del lenguaje inclusivo, espanto de lingüistas, en favor del género femenino. No contenta con eso, también estableció la necesidad de «feminizar» el Quijote que, seguramente, si por ella fuera pasaría a ser «Dulcinea del Toboso, esa mujer a la que acompañaba el ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha». Hemos pasado de la portada del Vogue, cuando era ministra de Zapatero, a la lucha campesina. Menudo viaje, Maricarmen.
Mientras los ministros van por libre lanzando ocurrencias y globos sonda que no tardan en pincharse y obligan a una nueva rectificación, Calvo prefiere centrarse en tareas tan «urgentes» como sacar a Franco de Cuelgamuros o quitarle la titularidad de la Mezquita-Cátedral de Córdoba a la Iglesia, pese a que está la tiene acreditada por escrito desde hace ocho siglos. Y si le preguntas por las elecciones prometidas, la vicepresidenta –para la que «el dinero público no es de nadie», ¡ole tú!– contesta que no es que Sánchez mintiese el primer día cuando las prometió, «es que ahora no les conviene a los ciudadanos». Sobre todo a uno que se llama Pedro y no se ha visto en otra.