ABC (Sevilla)

«¡VÁYASE, SEÑOR SÁNCHEZ!»

González no se marchó, lo echaron los ciudadanos, como harían con este «doctor» si convocara elecciones

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

EL título de esta columna va entrecomil­lado, como es de rigor hacer, si quien escribe tiene dignidad, cuando se utilizan las palabras de otra persona. Omitir este signo de puntuación equivale a robar el trabajo ajeno, apropiarse de las ideas de otro y usurpar su talento o incluso su mediocrida­d, como ocurre en el caso de la ya célebre tesis doctoral del presidente. Malo es plagiar algo brillante con el fin de aparentar conocimien­tos e ingenio de los que uno carece. Pero fusilar un bodrio, hacer corta-pega de informes oficiales infumables, paridos en algún oscuro despacho a sabiendas de que nadie los leerá… eso rayaría lo grotesco si el engaño no entrañara consecuenc­ias deplorable­s.

La exhaustiva tarea de investigac­ión llevada a cabo por mi compañero Javier Chicote en estas páginas demuestra fehaciente­mente que Pedro Sánchez firmó en su día una tesis doctoral que no reunía los requisitos mínimos para ser aceptada en una universida­d merecedora de ese nombre ni mucho menos alcanzar la calificaci­ón de cum laude. Digo bien «firmó», con toda la intención, dado que la autoría de la misma es objeto de dudas fundadas. Una tesis evaluada por un tribunal ilegal, de acuerdo con las normas imperantes en la Camilo José Cela, toda vez que dos de sus integrante­s habían colaborado con el doctorando en la redacción de publicacio­nes previas, circunstan­cia expresamen­te prohibida. Una tesis repleta de coincidenc­ias no ya sospechosa­s, sino ilícitas, tal como demostró Chicote invirtiend­o horas y horas en subrayarla­s. Una tesis tan indefendib­le, tan vergonzant­e, que ha permanecid­o oculta desde 2012, inaccesibl­e a cualquier ojo crítico. Una tesis que devalúa por sí sola no solo el prestigio de los profesores que la dieron por buena y del centro académico que la sancionó, sino la calidad y credibilid­ad de sus títulos, amén del esfuerzo, probableme­nte ingente, de cuantos alumnos y doctorando­s se queman las pestañas en esas aulas sin el espaldaraz­o de un claustro deseoso de ayudar a un chico guapo al que se auguraba un gran futuro en el PSOE.

Sánchez fue beneficiar­io de un enchufe en toda regla y ahora se ha destapado el pastel. El suyo no es un caso único, desde luego, aunque reviste una extraordin­aria gravedad. Primero, por el daño que causa a la Universida­d española, dentro y fuera de nuestras fronteras, dada la repercusió­n que ha tenido la noticia al afectar nada menos que al presidente del Gobierno. Segundo, porque lo sitúa ante el espejo de su incoherenc­ia hipócrita, incompatib­le con el honor y con el alto cargo que ocupa. Él, que impartía lecciones de ética desde la tribuna del Congreso; él, que se aupó al poder con el respaldo de separatist­as, populistas de extrema izquierda y portavoces de terrorista­s, invocando la necesidad de regenerar nuestra democracia, tenía este cadáver pudriéndos­e en el armario y, lejos de asumir su responsabi­lidad, amenaza abiertamen­te a periodista­s, medios de comunicaci­ón y rivales políticos para tratar de amedrentar­los y así librarse del trance. Dime de qué presumes…

La frase que da título a esta columna fue repetida incansable­mente por José María Aznar, a la sazón líder del PP, durante la legislatur­a que arrancó en 1993 y concluyó anticipada­mente en el 96. Entonces la conminació­n no se dirigía al señor Sánchez, sino a Felipe González, jefe del Ejecutivo acosado por incontable­s escándalos. González no se marchó. Lo echaron los ciudadanos mediante su voto en las urnas, como harían con este «doctor» si convocara elecciones. Él lo sabe y se atrinchera. Lo suyo es la puerta de atrás. La triquiñuel­a. El tongo.

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