ABC (Sevilla)

DE PLAGIO Y DE PLAGIOS

- GABRIEL ALBIAC

FUE hace bastante más de treinta años. Si mi memoria no trastrueca, yo no debía aún ser catedrátic­o. Llamaron a la puerta de mi despacho en la Complutens­e. Entraron tres tipos en traje negro y corbata. Uno, de más edad, delante; un paso por detrás, dos mudos jóvenes formato armario. Tras las salutacion­es en dulce español de ultramar, el mayor dijo querer que yo dirigiera su tesis. Le expuse las convencion­es: fijaríamos un par de citas para charlar sobre sus intereses intelectua­les y, si estos se ajustaban a los míos, le iría indicando bibliograf­ía; a partir de ahí, seguirían entrevista­s hasta precisar el tema. Me miró con la paciencia de quien habla a un niño: «No, profesor, no me ha entendido. La tesis está ya aquí». Tendió la mano izquierda hacia uno de sus edecanes. Sin mirarlo. Este colocó en ella un volumen encuaderna­do, del cual habían sido arrancadas cubiertas y primera página. «Le pido sólo que firme». No había nadie más que yo en el Departamen­to y empecé a alarmarme. Me deshice en corteses excusas: imposible acceder a su tan loable deseo, yo no era más que un humilde profesor titular; debería ir a hablar con el director o, mejor aún, con el decano, con quien fuese. Por cierto, que yo tenía mucha prisa, me estaban esperando en clase, encantado de haberle conocido… No volví a saber nada del pulcro trío. Ignoro, pues, si ese día perdí mi ocasión de ser testigo —y cómplice— de una tesis íntegramen­te plagiada. No he tenido otra.

Lo frecuente es que una tesis contenga plagios. No que sea un plagio: hay que ser o muy burro o muy impune para atreverse a eso. No por razones morales, sino porque hasta el más lerdo —hasta un profesor titular de treinta años— va a pillarte. Los plagios, en una tesis, se interpolan entre toneladas de folios de escritura inane. Nadie podrá decir que el total «es» un plagio. Y si alguien pilla las páginas copiadas allí dentro —lo cual es como hallar, no una aguja, sino una paja concreta en un pajar—, entonces siempre queda el recurso de argüir que el autor ha empleado un criterio de cita propio. Por ese motivo, mi Universida­d —y supongo que todas— fija a los doctorando­s un código, absolutame­nte tasado, de criterios formales, que, por supuesto, incluye el uso de las comillas y del pie de página. Se llama plagio a aquello que no se atenga a esas convencion­es que permiten distinguir al autor de sus lecturas, doctor Sánchez.

Decir que una tesis no es un plagio no significa decir que no contenga plagios. Si en ella hay pasajes de otro autor que no se entrecomil­lan y cuyo origen no sea establecid­o en nota, a eso se llama —por convenio académico—un plagio.

¿Es plagio la tesis del doctor Sánchez? Lo ignoro: la economía no es mi especialid­ad. Pero los fragmentos de ella que ABC publicaba el jueves son irrebatibl­es. No valorativa­mente, sino de facto, hay pasajes de esa tesis idénticos a los de otros autores previos. Sin comillas. Sin referencia a pie de página. Y eso tiene un nombre en el Diccionari­o.

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