ESFUERZO
EL mismo día en que el periódico daba cuenta de la dimisión de la ministra de Sanidad por plagiar el trabajo final de un máster regalado por el mismo chiringuito universitario que el de Cifuentes y Casado, dejando así con la popa al aire al propio presidente Sánchez, se publicaba en páginas locales una noticia que evidencia el contraste que existe entre el ficticio mundo de la política y la cruda realidad de quienes luchan a diario por conseguir una mejor preparación y un futuro digno. «Cada año son más los alumnos que repiten Selectividad para subir nota» rezaba el titular de esta noticia que explicaba que lo hacen para tener acceso a la carrera que realmente quieren estudiar, lo cual es admirable y constituye todo un ejemplo de vocación, de superación personal y de rebelión ante un sistema que prima la mediocridad y la impostura. La actitud de estos jóvenes y otros muchos que se dejan la piel para conseguir su sueño, tiene aún más mérito cuando lamentablemente comprobamos que en la gestión de lo público, la mediocridad es un bien muy preciado que, en no pocas ocasiones, obtiene el mayor de los premios, que basta con estar ahí para acabar consiguiendo un carguete que te solucione la vida con sólo decir «amén» a lo que diga el jefe, no señalarse mucho y no equivocarse de bando cuando las cosas vienen mal dadas. Ahí el curriculum, la preparación y la solvencia son lo de menos, las carreras universitarias se terminan a trompicones sentados en un escaño o un despacho, los másteres vienen solos y, en el peor de los casos, se le echa imaginación al asunto, se inventa uno un expediente vistoso que nadie verifica, y a seguir mamando de la teta. El esfuerzo no entra en su vocabulario salvo para pedírselo a los demás desde sus púlpitos prestados, por eso hay que poner en valor el afán y el empuje de esta generación que ojalá cambie este estado de cosas y, de paso, mande a su casa a tanto desahogado acostumbrado a vivir del cuento y la mentira.