Andrés Marín,el otro Quixote
El espectáculo, estrenado en la Bienal de Flamenco del Teatro Chaillot de París, cuenta con música en directo y una impactante escenografía
Andrés Marín eligió París para estrenar este espectáculo, porque no en vano la capital francesa ya acogió en otro siglo a las vanguardias del flamenco de la mano de Antonia Mercé y Vicente Escudero, entre otros nombres. Así este «D. Quixote» se estrenó en la pasada Bienal del teatro Chaillot que viene apostando por el flamenco desde hace varios años.
Y por fin ha llegado a Sevilla la creación de este bailaor que se ha alejado paulatinamente de las estéticas tradicionales para sumergirse en una forma de trabajar más común con la danza contemporánea y la performance que con el flamenco.
Una de las cosas que más llama la atención es que en una época en la que los artistas están volviendo a una zona íntima donde la economía prima sobre cosas como el elenco o la escenografía, en esta ocasión es todo lo contrario.
En escena, dos grandes pantallas que funcionan como si fueran vallas publicitarias; luces laterales para iluminar un escenario que tiene también unas luces estridentes intermitentes; un skate de mediana altura; una tienda de campaña con una cámara dentro para que nos fijemos en lo que pasa, y en los laterales los músicos que, en directo, van componiendo poco a poco una banda sonora con flamenco, soleá, romance..., música medieval o composiciones propias en las que lo mismo interviene la guitarra flamenca, que un cello, la tiorba que un bajo eléctrico, la percusión o una guitarra eléctrica. Los textos y la adaptación de la música son de Rosario la Tremendita, mientras que la música electrónica es obra de Nacho Jaula y Daniel Suárez.
En las pantallas se proyectan no sólo lo que ocurre en escena, sino también un vídeo creado por Sven Kreter, y un comic de Gaspar «El pinturillas» sobre D. Quijote y el toro.
La adaptación teatral es de Laurent Berger, autor también de los textos, que comparte con Marín la dirección artística. Berger escoge fragmentos de la obra cervantina para convertirlos en escenas mucho más histriónicas.
Andrés Marín reivindica un flamenco que pueda encontrarse con fórmulas más contemporáneas. El espectáculo podrá gustar o no, no es una obra para todos los públicos, pero sí significa un paso más en la búsqueda de nuevos recursos para la deconstrucción de su baile.
El montaje tiene dos partes bien diferenciadas. Una primera, más luminosa con rasgos de humor y de mucho baile, tanto de Marín como de Patricia Guerrero y Abel Harana, que conforman el elenco en danza, y una segunda mucho más performática en donde el ritmo decae en algunos momentos nos.
En el transcurso de la obra, don Quixote, Andrés Marín, con su yelmo, que aparece montado en un monocic-
Baile En la obra intervienen los bailores Patricia Guerrero y Abel Harana
lo eléctrico a modo de Rocinante; Sancho Panza -Abel Harana, metido en un saco de dormir del que le salen sólo los pies para zapatear, y que en un momento dado se convierte en rubia Dulcinea. Y Patricia Guerrero, una Dulcinea también en patín eléctrico. Todos ellos al nivel de Marín en el trepidante zapateado que ejecuta durante toda la obra.
El bailaor se graba dentro de la tienda, se coloca unos zapatos de futbolista, baila con el 10 pintado en la espalda, lucha con espada contra molinos que no son, porque los galeotes no aparecen. Y los tres con guantes de boxeo ejecutan una danza casi ritual. Al final, Marín, desnudo, pintado de negro y con un casco con bengalas, finaliza la obra. Fundamentales los músicos, cumpliendo su difícil cometido, empezando por Rosario la Tremendita, genial con el bajo eléctrico.
Insisto, no es una obra para todos los públicos, no es fácil, pero no lo intenta ser. Simplemente es una búsqueda, sin escatimar en recursos, de una nueva estética para utilizar el flamenco en un escenario, y eso rquieere en estos tiempos gran valor.