La Catedral
Que un antisistema compadre de los regímenes asesinos de Irán y Venezuela acuda a la cárcel a negociar con un golpista los Presupuestos Generales del Estado da la razón a los independentistas cuando dicen que de España hay que huir cuanto antes. Que Pablo Iglesias se presente ahora como el moderado, como el estadista, pidiendo calma a unos y otros –ayer sermoneó a la vez al ministro Borrell y al diputado Rufián– supera el esperpento de aquellos espejos cóncavos del callejón del Gato al que hace casi un siglo fueron a pasear los héroes clásicos.
El que justificó e impulsó los escraches tiene ahora a dos policías vigilando la puerta de su casa y el presidente de la Generalitat no se atreve a abrir las cárceles para liberar a los presos que él llama políticos, pero ha convertido Lledoners en La Catedral para que Oriol Emilio Escobar Junqueras y Pablo Chávez Iglesias despachen los presupuestos de una España a la que quieren hacer saltar por los aires: por motivos distintos, pero con la misma rabia.
Tres ideas acaban de colorear el disparate. La primera es que muy probablemente la humillación de ayer no sirva de absolutamente nada. Ni Junqueras ni Iglesias podrán cumplir lo que se prometan, porque ni Junqueras puede imponerle el guión a Quim Torra ni Pablo Iglesias controla a los socialistas: y si Pedro Sánchez hace el gesto que Junqueras espera, será para enredarle, porque por muy presidente que sea, no controla a los jueces, que harán de principio a fin lo que les parezca.
La segunda idea es que aunque la humillación acabe siendo inútil, habrá existido, y habrá sido tan descarnada que a partir de ahora el PSOE no podrá agitar sin cinismo la bandera de España. Un Estado es su representación y la democracia es, fundamentalmente, una cuestión formal. Ayer la representación del Estado y la formalidad democrática fueron salvajemente pisoteadas por un Pedro Sánchez que ha tomado a España como rehén de su ambición personal, sin importarle lo más mínimo lo que por mantenerse en el poder, se acabe llevando por delante.
Y la tercera idea es que todo esto empezó con Ciudadanos, cuando Albert Rivera estaba seguro de que si derrocaba al presidente Rajoy habría elecciones y las ganaría. Sobre todo en estos tiempos de populismo totalitario, la derecha tiene un plus de responsabilidad y no puede caer en frivolidades que acaben con el asalto al poder de la peor izquierda. La reunión de ayer en La Catedral no puede entenderse sin la tonta torpeza de Albert Rivera, que creyéndose más listo que los demás, acabó burlado por Iván Redondo y Pedro Sánchez, y en su terrible irresponsabilidad, nos condenó a tener que pasar esta infinita vergüenza.