Chispas de humanidad
La entrega de los Premios Princesa de Asturias desafía cada año la imagen de un mundo descoyuntado, marcado por el sálvese quien pueda, y por ese cinismo ácido que puede profesarse en ciertos salones, pero en absoluto puede dar razón de lo humano. No es que esos rasgos no se encuentren en este momento histórico, provocando un profundo daño personal y social, sino que un despliegue de humanidad como el que ayer contemplamos en Oviedo despierta el deseo de otra forma de vivir y de ordenar la ciudad común.
Allí se dieron cita hombres y mujeres que intentan entender la crisis cultural y sus dinámicas sociales, como el filósofo Michael Sandel, preocupado por el futuro de nuestras democracias; que narran el pulso de la calle y los deseos de la gente de construir un futuro para sus hijos, como la periodista Alma Guillermoprieto; que se conmueven con la necesidad de los más pobres, llevando asistencia y curación a los últimos rincones, como la ONG Amref Health África; que investigan la génesis de la vida y tratan de cuidarla, como el biólogo Svante Pääbo, o que se preocupan por el futuro de nuestra casa común, como la oceanógrafa Sylvia Earle; que tensan el cuerpo y el alma para alcanzar, llenos de conmoción, las más altas cumbres, como los alpinistas Reinhold Messner y Krzysztof Wielicki; y que intentan dibujar con la palabra o con la cámara el drama del corazón del hombre, como la novelista Fred Vargas y el cineasta Martin Scorsese.
Con sus méritos y trayectorias, tan distintos, tejían un tapiz que nos habla del deseo de verdad, de justicia y belleza que no se apaga en el corazón del hombre. Ayer por un instante gozaron del brillo y de la fama, pero es su intento cotidiano de responder a las preguntas y deseos de la vida lo que nos los hace tan cercanos.