ABC (Sevilla)

NEGOCIOS

Los despachos de la tribu eran como otra casa más, y abrían cuando todas y cerraban cuando todas

- ANTONIO GARCÍA BARBEITO

CUANDO las tiendas y las panaderías señalaban su sitio en verano con una cortina con dos rayas como dos volantes bajos, había una hora para abrir y otra para cerrar; la primera coincidía con las primeras claras del día y la segunda con la noche más noche. Los despachos de la tribu eran como otra casa más, y abrían cuando todas y cerraban cuando todas, incluso más tarde. Y así, sábado, domingos y muchos festivos, por una sencilla razón: la gente trabajaba todos los días en el campo, de lunes a lunes, lloviera, venteara o cayeran rayos; cuando no se podía hacer una faena, se improvisab­a otra, y así, una jornada prevista para verdear podía terminar con la cuadrilla preparando espuertas o —siempre las mujeres, en este caso— escogiendo las aceitunas del día anterior. No cerraba el campo, pues no cerraban ni casinos, ni tabernas, ni panaderías, ni tiendas, porque todos los días hacía falta una vianda, un par de hogazas de pan, y, a la vuelta del tajo, unos vasos de vino. El negocio es el negocio. Aunque había veces que por la tribu se corría la voz de que andaban por allí los lechuzos y las tiendas cerraban como si se hubiese escapado por el pueblo un toro bravo o un perro rabioso.

Llegó al campo la jornada inglesa y el domingo empezó a reclamar su descanso, y muchos festivos convirtier­on el rojo de su fecha en ocio y todos empezamos a vivir con menos trabajo y más tiempo para holgar. Se impuso el horario en los negocios y había que comprar para mañana y aun para dos o tres días. Y la familia que no había sido previsora, se podía ver un domingo sin nada para almorzar, o sin pan para el almuerzo, o sin unas tapitas para un aperitivo. Un día, cuando todo era cierre desde el viernes por la tarde hasta el lunes, surgieron las tiendas de desavío. Nunca un desavío dio tanto avío. Los despistado­s íbamos los domingos, a la hora de almorzar, a comprar una lechuga, o unos ajos, o sal, o café, o unas naranjas, o un melón… Dieron el golpe. Unas tiendas se mantuviero­n hasta que pudieron y otras cerraron. Hoy, saber de un sitio donde puedas comprar pan, verduras, frutas, cualquier avío para la casa, carne, quesos, un sábado y aun un domingo, es una alegría sin nombre. Las hay. Y esos negocios son el oasis de muchos, de los olvidadizo­s y de quienes, por vivir en ese lugar sólo los fines de semana, necesitan darle sentido al frigorífic­o o la despensa. El otro día, en una de esas tiendas, decía el paisano que era más socorrida que el tío del agua y los refrescos, esas tardes de toros malos y de calor insoportab­le, cuando da uno la vida por un trago frío. Llevaba toda la razón.

antoniogba­rbeito@gmail.com

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain