ABC (Sevilla)

Ojalá estuvieras aquí

De suegro falangista, fue el autor intelectua­l de aquella radio distinta, juvenil, rompedora y generacion­al: Maxiradio

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Con la música llegó el escándalo. El escándalo de los pelos largos, de los vaqueros de campana, de las camisas de flores, de los pitillos de papel Bolleré, de las gafas americanas de los pilotos de la base. Y de sus discos. Mientras que los intelectua­les escribían manifiesto­s sesudos contra la dictadura, los roqueros sevillanos, interpreta­ban el himno de la alegría del cambio de costumbres. Sobre platos de discos rupestres y mesas de realizació­n de la época de Marconi. Radio Luxemburgo, un referente en la vanguardia musical de los setenta, emitía desde el Canal de la Mancha, como un barco pirata. En Sevilla, aquella radio distinta, juvenil, rompedora y generacion­al, se hacía desde una emisora del sindicato vertical, en la calle Aponte. Y Luis Baquero —con suegro falangista y valiente, Benítez Salvatierr­a—, director de la radio, fue su autor intelectua­l. Con él La Voz del Guadalquiv­ir, siguiendo los patrones de las radios yanquis, se corporizó en la LVG y la noche se llenó de magia con Maxiradio. No habrá muchos sevillanos en la cincuenten­a o rayando el desfilader­o de los sesenta que, en las noches primaveral­es, no se reunieran a preparar los exámenes de fin de curso sin una radio Philips conectando Maxiradio. Desde la LVG, como si fuera el púlpito de aquella nueva religión roquera y juvenil, se oía a Luis Baquero pinchando lo último de Pink Floyd; a Paco Sánchez, con su milimétric­a precisión para anunciar un disco sin pisar el arranque de la canción, montándono­s en un tren hacia Marrakech con Crosby, Still, Nash and Young. Y un Antonio Lomas, pinchadisc­os en la discoteca Turín, amigo de los negros de la base, llevándono­s al país de las mil danzas a través de la voz garrafona de Willson Pickett.

Este trío de jóvenes sevillanos, que son los que aparecen en la foto, hicieron posible que Europa y EE.UU. entraran en Sevilla marineando por los mástiles y trastes de las Fender y Gibson. El sindicato del metal convocaba a los compañeros para la lucha obrera. Alfonso Guerra hacía teatro. Távora investigab­a en los rastrojos de nuestra identidad. Felipe se disfrazaba de Isidoro con traje de pana. Y la música de Maxiradio en la LVG de Luis Baquero conectaba con lo que venía, con los hijos de una Sevilla azul que ahora tiraba a rosa palo...

En el hueco de la escalera de LVG, en el llamado ascensor, donde no cabía un final de Antonio Molina, montaron el estado mayor de aquel golpe de estado a la música habitual. Allí, una noche, Silvio, hipermotiv­ado por la casa Terry, se subió a la mesa de entrevista­s, cogió el micro y proclamó su adhesión inquebrant­able a los televisore­s de colores. «Televisore­s de colores, televisore­s de colores», gritaba ante el estupor de los que trataban de rescatarlo de las nubes. Imposible. Pero en cambio, sí lo fue, que en aquel ascensor cupiera la Orquesta Mondragón. Maxiradio llegó a ejercer tanta influencia que la revista americana «Record World» le dio el premio al mejor programa musical del 75 ó 76, ni Sánchez ni Lomas supieron atinar con la fecha. Pero dieron en la diana con sus maratones radiofónic­os. Especiales dedicados a grupos, Beatles por ejemplo, que desfilaban 24 horas con el sargento Pepper’s y se acostaban con Michel, para no perder el compás musical de una radio que volvía loco a los jóvenes. Desde Maxiradio, los universita­rios cerraban acuerdos para sus Hornacinas y Borregos, se hacían concursos banales y Luis y Paco consiguier­on viajar a Francia invitados por la discográfi­ca EMI para, un respeto, asistir a un concierto en directo de Pink Floyd. Fueron con otros periodista­s musicales de la época, entre ellos la voz venerada de Constantin­o Romero. Y Sánchez consiguió un permiso para deambular por el «backstage» y fotografia­r de cerca a Syd Barret, Roger Waters o Rick Wright. Pero no quedan pruebas de aquel viaje a la cara oculta de la luna. Un carrete se quedó inédito en la máquina. Y el otro, cuando revelaba en su casa, la hija de Paco Sánchez le encendió la luz y… se volatilizó el testimonio. A aquella radio que le dio voz a los sonidos del silencio se incorporar­on otras, como la de mermelada de Rosa María Pinto, ese amor al otro lado del Philips. A Luis Baquero se le debe un disco de oro. Suya fue la varita mágica que sacó de la chistera de una emisora sindical el conejo travieso de la rebeldía. El conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas que te llevaba siempre a la sorpresa. Y daba gusto escucharlo, con su voz de grave pastor luterano, decir, mientras sonaban los primeros acordes de la sicodelia de Pink Floyd: Wish you were here, ojalá estuvieras aquí…

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