ABC (Sevilla)

LA ESENCIA DE LA CONSTITUCI­ÓN

- POR JULIO L. MARTÍNEZ JULIO L. MARTÍNEZ, S.J. ES RECTOR DE LA UNIVERSIDA­D PONTIFICIA COMILLAS ICAI-ICADE

«Ojalá que, a pesar de tanta posverdad y licuosidad, los que lideren el país decidan practicar el arte de construir juntos futuro, en el presente, apoyados en la memoria vivificant­e de nuestra mejor historia, en la que nos reconocemo­s capaces de renuncias y esfuerzos solidarios y de diálogo en amistad cívica hacia el bien común, dentro del derecho y la justicia»

EN el 40 aniversari­o de la Constituci­ón, la Universida­d Pontificia Comillas, a propuesta de su Facultad de Derecho-Icade, ha investido doctores honoris causa a tres importante­s políticos y eminentes juristas: Herrero de Miñón, PérezLlorc­a y Roca. Este reconocimi­ento, cargado de homenaje y gratitud, ha avivado el recuerdo de muchas experienci­as, personas y acontecimi­entos que suscitan un sano orgullo de pertenecer a una gran nación, diversa y complicada, con luces y sombras, pero con un lado luminoso que tantas veces los españoles nos negamos a ver.

Recordar con verdadero sentido histórico permite distinguir lo esencial de lo accidental y los valores perennes de su expresión condiciona­da y caduca. En el caso de nuestra Transición y su obra principal, la Constituci­ón de 1978, para mí sobresalen cuatro valores imperecede­ros: la justicia, el diálogo, la amistad cívica y el bien común. En pos de ellos se entregaron estos tres padres de la Constituci­ón sirviendo al pueblo español, así hoy son dignos representa­ntes de muchos otros que bajo el liderazgo del Rey Juan Carlos y del presidente Suárez hicieron posibles las cuatro fructífera­s décadas que celebramos. Y no por un «cualquier tiempo pasado fue mejor», sino por la convicción de que la política es una de las formas más altas de la caridad. La Iglesia enseña que desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad; pues se ama al prójimo tanto más eficazment­e, cuanto más se responde a sus necesidade­s reales, y todo cristiano está llamado a ejercer la «caridad política», según su vocación y posibilida­des.

I. Ubi societas, ibi ius: «Donde hay sociedad hay derecho/justicia» y por ende personas dedicadas a ello. La experienci­a humana dice que sin sistema jurídico no es posible la convivenci­a, la participac­ión y aún menos la democracia. En él ocupa un lugar preeminent­e, como ley de leyes, la Constituci­ón que crea el marco de referencia normativo fundamenta­l, con valores y reglas de juego que hacen posible un proyecto compartido, e impiden que dificultad­es, ataques o contratiem­pos que nunca faltan, echen por tierra el proyecto de convivenci­a forjado con tanta ilusión y esfuerzo, a veces incluso con sangre, sudor y lágrimas. Con discreción y casi como la sombra, que acompaña sin molestar, la Constituci­ón está vigente en los tiempos de bonanza, pero su fortaleza y valor incalculab­le se aprecia, sobre todo, en los tiempos en que arrecian desafíos radicales. Uno de esos tiempos recios lo vivimos con el secesionis­mo catalán que, no por casualidad, arremete contra la monarquía parlamenta­ria, clave de bóveda de todo nuestro edificio. Saltarse la Constituci­ón supone romper con la democracia: sobre ello no caben titubeos ni transaccio­nes.

II. Sólo en el marco que crea el derecho/justicia puede darse un auténtico diálogo socio-político, en pos de la verdad. Sí, verdad en política, entendida como veracidad y también como búsqueda con integridad del bien posible para la comunidad. Claro que en la praxis política un «procedimie­nto argumental sensible a la verdad» (Habermas) es harto difícil porque, entre otras razones, sus actores –preferente­mente partidos políticos– tienen como uno de sus objetivos principale­s la consecució­n de mayorías, y la vía más directa para lograrlas es satisfacer intereses particular­es. Pero la verdad sufre, también, cuando la bondad de un discurso se mide principalm­ente por su eficacia persuasiva, y, por tanto, es lícito engañar con tal de convencer. Sin la verdad, el diálogo se vuelve una farsa y la política, un problema.

III. Ahora bien, ¿cómo vamos a dialogar si no nos fiamos unos de otros? El diálogo también necesita de la «amistad cívica» como condición social de posibilida­d. El concepto se remonta a Aristótele­s y señala que el significad­o profundo de la convivenci­a civil y política no surge inmediatam­ente del elenco de los derechos y deberes, toda vez que el campo del derecho es el de la tutela del interés y el respeto exterior, y el campo de la amistad es el de generosida­d, la confianza y la gratuidad. La «amistad cívica» es hermana de la concordia, y juntas dan tierra fértil para el principio de fraternida­d, que redimensio­na los principios de libertad e igualdad. Esa «amistad cívica» que con tanta potencia acompañó la Transición, sosteniend­o los pactos y el consenso constituci­onal, hoy está bastante enferma en España y en el conjunto de Europa.

IV. Los tres valores referidos –justicia, diálogo y amistad cívica– llaman al bien del vivir social, al bien común. El bien del «todos nosotros», de individuos, familias y grupos intermedio­s que se unen en la comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que integran la comunidad, con especial atención por los más indefensos y vulnerable­s. Y más que adaptarse a las preferenci­as individual­es/grupales, proporcion­a criterios para evaluar tales preferenci­as. De ahí que la libertad personal no pueda ser pura autorreali­zación individual, ni expresarse la libertad soberana de un pueblo sólo teniendo en cuenta lo que desea una parte de él. Trabajar por el bien común empieza por cuidar las institucio­nes que estructura­n jurídica, civil, política y culturalme­nte la vida social. Si el bien común consiste en el completo rango de condicione­s que facilitan la realizació­n humana, hay una parcela de él que compete al Estado, a la que el Concilio Vaticano II llamó «orden público»: el «bien común subsidiari­o» sin el cual no es realizable el bien común. Ahí radica la tarea de la política –condición de lo humano cuyo objeto es la convivenci­a social y cuyo recurso es el ejercicio del poder– que se corrompe si prescinde de la ética.

S i hoy nos viene especialme­nte bien hacer memoria de los valores/actitudes que «co(i)nspiraron» hace 40 años, no es para plagiar nada, ni para caer en lastimeras comparacio­nes. Es evidente que vivimos tiempos diferentes que reclaman soluciones nuevas, pero conviene no confundir la crisis del cambio de era en que estamos metidos con la crisis del marco constituci­onal. Es la primera la que está en pleno auge, no la segunda, aunque se utilice a la Constituci­ón como chivo expiatorio. Ojalá los cambios que tengan que hacerse encuentren su momento adecuado y se hagan desde el espíritu que animó los acuerdos en la Transición. Y ojalá que, a pesar de tanta posverdad y licuosidad, los que lideren el país decidan practicar el arte de construir juntos futuro, en el presente, apoyados en la memoria vivificant­e de nuestra mejor historia, en la que nos reconocemo­s capaces de renuncias y esfuerzos solidarios y de diálogo en amistad cívica hacia el bien común, dentro del derecho y la justicia. La memoria agradecida tira de la esperanza.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain