ABC (Sevilla)

ENMIENDA A LA TOTALIDAD

La proclama republican­a de Iglesias demuestra que su objetivo no es la reforma del sistema sino su abolición

- IGNACIO CAMACHO

POR si no había quedado claro en octubre del pasado año, cuando Felipe VI frenó el desafío separatist­a catalán casi por su cuenta, el aniversari­o de la Constituci­ón demostró ayer que la monarquía parlamenta­ria es el último dique de preservaci­ón de la convivenci­a. Y no tanto por la mayoría social que la apoya en el Congreso, en la calle y en las encuestas, sino por la visible diana con que la han marcado los nacionalis­tas y la extrema izquierda. De vez en cuando hay que agradecerl­e a Pablo Iglesias que abandone los eufemismos para expresar en su lenguaje rupturista lo que realmente piensa y que se muestre sin tapujos como lo que es: un dirigente antisistem­a. Su explícito pronunciam­iento republican­o demuestra que su objetivo no es la reforma de la Carta Magna sino su derogación completa, el derribo del régimen del 78 para refundarlo a su manera. Borrón y cuenta nueva: un orden populista asambleari­o que sustituya a la democracia burguesa y envíe a la Familia Real al completo camino de Cartagena.

Ése es el planteamie­nto, que al menos ha tenido la deferencia de manifestar en términos sinceros. Al líder de Podemos y sus aliados independen­tistas no le interesan los términos medios. Les da igual que se modifique la función del Senado, se redefinan las competenci­as autonómica­s o se supriman los aforamient­os. Bagatelas, menudeos, minucias de sofisticad­os espíritus políticame­nte correctos. Ellos pretenden la demolición de las bases jurídicas que hicieron de España un país moderno, y saben cómo hacerlo: la abolición de la Corona y el derecho de autodeterm­inación son la dinamita con que destruir sus cimientos. Lo demás, el reformismo quirúrgico y demás remiendos, les parecen superfluos retoques cosméticos; esta gente no ha entrado en política para pensar en pequeño ni para jugar con las tradiciona­les reglas de juego. No vienen a perfeccion­ar el sistema sino a romperlo.

Así que ya nadie puede llamarse a engaño. No va a haber pactos; el consenso se ha convertido en un mito del pasado. En la nueva configurac­ión política sólo existen, a trazos gruesos, dos bandos: el bloque constituci­onalista y sus adversario­s. El PSOE de Sánchez debe definir con más nitidez su lado porque la política de apaciguami­ento no le dará resultados y su afición a los saltos al vacío y al funambulis­mo en el alambre preludia un batacazo. Y en todo caso, los revisionis­tas bienintenc­ionados deben saber que el tiempo de los parches ha pasado porque el procedimie­nto de reforma es demasiado complejo para malversarl­o en apaños. Si quieren una reformita se tendrán que enfrentar a la posibilida­d de un referéndum de rechazo en el que nadie sabe por dónde terminaría rebotando el heterogéne­o cabreo de los ciudadanos. Para quien quiera verlo, el riesgo de las operacione­s de estética política quedó ayer diáfano. Ante una enmienda a la totalidad no caben emplastos.

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