ABC (Sevilla)

LA CASA DE ANTONIO FUENTES

La casa 28 de Conde de Barajas no es la casa natal de Bécquer. A últimos del siglo XIX o principio del XX fue derribada

- POR JOAQUÍN CARO ROMERO ES MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA SEVILLANA DE BUENAS LETRAS

SIEMPRE que paso por la calle Conde de Barajas la mirada se detiene en la casa que ahora lleva el número 28 (y en otro tiempo el 26). Habrá que reordenar la numeración de los pares, pues resulta incoherent­e que la casa 28 esté al lado de la casa 24. En la fachada una lápida indica que «en esta casa nació Gustavo Adolfo Bécquer», una inscripció­n desautoriz­adamente engañosa y encubridor­a de culpas, pues «en esta casa», desnatural­izada por dentro, no nació el poeta; en todo caso vino al mundo en otra vivienda que hubo en el mismo lugar. La indocument­ación, el mimetismo, la indolencia y la estulticia han desvirtuad­o la memoria. No es la primera vez, ni será la última, que se desfigura el pasado. Desde la universida­d al más modesto mentidero literario abundan los legos cultivador­es del oportunism­o por sistema, que se alimentan del acierto o del error ajenos y se apuntan a todos los guisos. Ya denuncié en su día el extendido desliz, aceptado sin confirmar, de que Luis Cernuda hizo el servicio militar en el Regimiento de Caballería, cuando lo realizó en el Regimiento Tercero Ligero de Artillería. O la mentira del refugio de Miguel Hernández en el Alcázar sevillano propiciado por Romero Murube, que nada hizo por él. O la supercherí­a de considerar al padre de los Machado un empleado administra­tivo en Dueñas al servicio de la Casa de Alba cuando allí vivía en régimen de alquiler con otras familias.

La rapacidad y la transmisió­n manipulado­ra de los mediocres se visten de gala instalándo­se en un crédito adulterado. No han perdido actualidad estas palabras de Max Aub: «Sevilla, desde la guerra, ya no fue nada literariam­ente. ¿Dónde el Salinas o el Guillén de su Universida­d? No tiene importanci­a: hay más turistas que nunca y la ciudad crece como no tienes idea».

La casa 28 de Conde de Barajas no es la casa natal de Bécquer. A últimos del siglo XIX o principio del XX —no lo puedo precisar con más exactitud en estos momentos— fue derribada. ¿Derribada? Sí, y por decisión de quien la había adquirido, un glorioso torero sevillano, aquel de quien dijo Rafael Guerra Guerrita:

—¡Después de mí, naide; y después de naide, Fuentes!

El que mandó derribar la casa natal de Bécquer fue el matador de toros Antonio Fuentes Zurita (1869-1938). Tengo documentad­o que en 1903 ya residía el torero en el nuevo solar que levantó sobre las ruinas del de Bécquer. Y allí vivió el diestro hasta el año de su muerte, en la primavera de 1938.

Antonio Fuentes nació veintiún meses antes de morir el poeta y falleció con sesenta y nueve años en el sitio del primer despertar becquerian­o. (Conde de Barajas, 28: cuna y sepultura.) Fernando el Gallo le dio la alternativ­a. Fue un torero elegante, clásico y artista, con el sello de la quietud, el dominio y el temple; exquisito con el capote, formidable en banderilla­s, soberano con la muleta, aunque de corto repertorio, y llegando a superar la cornada de un saltillo en la pierna derecha fue un consumado estoqueado­r en la suerte contraria. Despachó la miurada en la tarde en que «Perdigón», aquel colorao y ojo de perdiz, se llevó al otro mundo al Espartero. Me consta que Antonio Fuentes fue una persona culta y sensible. Hoy pocos saben que escribía poesías. Fue un gran amigo de Manuel Machado, que se contaba entre sus más fieles partidario­s. Tanto que don Manuel se inspiró en este ídolo del toreo para la suite de poemas «La Fiesta Nacional», una plaquette de quince páginas editada en 1906 con la siguiente dedicatori­a: «Al maestro Antonio Fuentes. El autor».

Cuando aquel as de oros de la torería, que también fue ganadero de reses bravas, murió, heredaron la casa sus hijos. Un médico muy acreditado en Sevilla, el doctor Manuel González Ceferino, tuvo allí su domicilio y su consulta a lo largo de más de un cuarto de siglo. Luego la casa fue vendida y derribada. Durante las faenas de demolición, atravesé el zaguán, la cancela iba a decir adiós, me asomé a lo que restaba del hermoso patio y salvé a una de las golondrina­s de porcelana que todavía colgaban en la pared. Conservo aquella brillante golondrina becquerian­a con la huella de la herida del destierro urbano.

Años más tarde, ya levantado otro edificio sobre la superficie que ocupara la sevillanís­ima mansión de Antonio Fuentes, vi pasar desde uno de los dos cierros al Señor del Gran Poder una Madrugada irrepetibl­e, por invitación del propietari­o de uno de los pisos del inmueble.

¿Pero aquí estuvo la casa natal de Gustavo? Al parecer, sí. En 1884, a sus cincuenta y cuatro años de edad, Estanislao, el primero de los ocho hermanos Bécquer, identificó la histórica morada que pronto desaparece­ría sentenciad­a bajo la dictadura sin corazón de la piqueta. Entonces era la vivienda número 9 de la calle Ancha de San Lorenzo y las golondrina­s venían a llamar con el ala a sus cristales.

JOAQUÍN CARO ROMERO

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