LA PUREZA
En las vísperas de la Pureza echamos en falta ese aire sonoro de los villancicos
NI la Purísima, ni la Inmaculada: la Pureza. Cuando se acercaba el día, la gente nombraba el ocho de diciembre tal como se nos ha quedado: «A ver qué me compro para la Pureza…», «A lo mejor el día de la Pureza nos vamos a los pinares a comernos un cocido y, si hay, asaremos unos gurumelos y unas piñas…» La Pureza. La gente empezaba a montar el Nacimiento y por las calles se veían, y sobre todo se oían, los primeros grupos de campanilleros cantando villancicos, y en algunas tiendas —Tello, en Triana, era el primero—, por los altavoces empezaban a escapar peces que bebían y bebían y chillonas voces de niños entre campana sobre campana y Belén, Belén, pastores, Reyes Magos, ríos, montañas oscuras, cortina y cortina…
La Pureza empezó a marcarte el Rocío en invierno, porque los tuyos celebran misa y día de convivencia en la aldea ese día. Inolvidables días de la Pureza en el Rocío, a veces lluviosos, a veces despejados, de sol entero y cielo a medida de la fiesta. La Pureza se te viene ahora y se te viene menos pura que entonces, y no por la razón onomástica, claro, sino porque las tradiciones han dejado sitio a la moda de hacer de la calle una locura ante la puerta de algunos bares de copas. Un horror. Enjambres urbanos donde, copa en mano, zumban con charlas, voces, gritos, donde dicen que nunca falta la pendencia. Será la edad, o la tonta nostalgia de creer que hubo tiempos mejores, pero lo cierto es que una calle de Navidad sin campanilleros, unos altavoces que callan sus villancicos para que levanten su zumbido los enjambres urbanos, una ciudad que ha dejado de cantar a la Navidad, no es más hermosa que aquella otra que vivimos no hace tanto tiempo. No se trata de detener el tiempo, se trata de no empobrecerlo, de hacer de la tradición una oportunidad a la que hagan hueco en el tiempo eléctrico de hoy. Preciosas, muchas calles de la ciudad; perfecta iluminación, aéreo ambiente de Navidad, pero en las vísperas de la Pureza echamos en falta ese aire sonoro de los villancicos, ese ambiente humano de la Navidad, ese Nacimiento callejero que improvisábamos todos, que, sin saberlo, éramos personajes de una Navidad que nos rodeaba, nos envolvía, nos hacía distintos y aun mejores. A esas hermosas y vistosas luces que llaman a la Pureza les faltan humanos y folclóricos elementos navideños. Un alumbrado sin voz no es un alumbrado completo. Suenen ya por las calles de pueblos y ciudades, tras las tunas de la Pureza, los villancicos, muchos villancicos, los de siempre, que si los peces no se cansan de beber en el río, somos muchos los que no nos cansamos de ver cómo beben.
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