LA PACTADA
Casi todos hablan de reformar la Constitución. Me parece otra forma de engañarnos
FUE la primera Constitución española pactada en vez del «trágala» habitual del partido gobernante. Fue también su mayor virtud y, posiblemente, la razón de su longevidad. Junto al deseo de los contendientes de uno y otro bando de no volver a los horrores de otra guerra incivil. Contribuyó una constelación internacional favorable a acabar la guerra fría, aparte de un factor poco aireado: el socialismo alemán, que había enviado a Marx a las bibliotecas en Bad Godesberg, tomó bajo su tutela al PSOE, que hizo lo mismo bajo Felipe González. El «consenso» de la ley a la ley se enseñoreó de la política española y la única revolución fue la cultural, bajo el castizo nombre de «la movida». Podía pasarse de la dictadura a la democracia sin sangre, como se temía. Del éxito del experimento habla que le salieran imitadores no ya en Iberoamérica, sino en la Unión Soviética de Gorbachov y su perestroika. Por desgracia, sin los mismos resultados, al no darse las mismas circunstancias.
¿Qué ha pasado para que, 40 años después, la Pactada se ponga en entredicho, el Gobierno catalán exija la independencia y en el País Vasco aún corra riesgos quien se proclama español? Pues que el consenso se haya evaporado y los españoles volvamos a mirarnos como enemigos más que como compatriotas. Parte de ello se debe a que la inmensa mayoría de los combatientes de la contienda han muerto, como los protagonistas de la Transición, o jubilado, y a que el recuerdo de la misma haya sido sustituido por una «memoria histórica», que es más bien «revancha histórica». Aparte de que la Pactada, como toda obra humana, tuvo lagunas en las que nos estamos ahogando. La principal, salvar los escollos más difíciles con equívocos. Y, ya saben, el camino del infierno está empedrado de palabras con doble significado. Nacionalidad y autonomía, por ejemplo, que estiradas pueden significar «nación» o «soberanía». Acabó de confundirlo que, después estar prohibidos bajo el franquismo los partidos políticos, nos fuimos al otro extremo dándoles todo el poder, el ejecutivo, el legislativo e, indirectamente, el judicial. Y si el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente. Que la corrupción sea uno de nuestros principales problemas lo demuestra.
Casi todos hablan de reformar la Constitución. Me parece otra forma de engañarnos. Primero, por ser, hoy por hoy, imposible, al no existir el consenso que existía en 1978 para reformarla. Lo que necesita la Pactada es ser obedecida, para empezar. Luego, enmiendas constitucionales que aclararen sus ambigüedades, como han hecho los norteamericanos con la suya, que aún perdura. Ello significaría fijar las lindes de poderes del Estado y de las Autonomías. Mucho me temo, sin embargo, que estemos más cerca de hace ochenta años que de hace cuarenta, con matones encapuchados en Vitoria rompiendo la cara, literalmente, a un estudiante por defender la unidad de España y pintadas en la universidad de «¡J…», sin ningún detenido. ¿Puede haber algo más anticonstitucional? Sí: un líder político pidiendo protestas callejeras contra el resultado de unas elecciones autonómicas.