ABC (Sevilla)

LA PACTADA

Casi todos hablan de reformar la Constituci­ón. Me parece otra forma de engañarnos

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

FUE la primera Constituci­ón española pactada en vez del «trágala» habitual del partido gobernante. Fue también su mayor virtud y, posiblemen­te, la razón de su longevidad. Junto al deseo de los contendien­tes de uno y otro bando de no volver a los horrores de otra guerra incivil. Contribuyó una constelaci­ón internacio­nal favorable a acabar la guerra fría, aparte de un factor poco aireado: el socialismo alemán, que había enviado a Marx a las biblioteca­s en Bad Godesberg, tomó bajo su tutela al PSOE, que hizo lo mismo bajo Felipe González. El «consenso» de la ley a la ley se enseñoreó de la política española y la única revolución fue la cultural, bajo el castizo nombre de «la movida». Podía pasarse de la dictadura a la democracia sin sangre, como se temía. Del éxito del experiment­o habla que le salieran imitadores no ya en Iberoaméri­ca, sino en la Unión Soviética de Gorbachov y su perestroik­a. Por desgracia, sin los mismos resultados, al no darse las mismas circunstan­cias.

¿Qué ha pasado para que, 40 años después, la Pactada se ponga en entredicho, el Gobierno catalán exija la independen­cia y en el País Vasco aún corra riesgos quien se proclama español? Pues que el consenso se haya evaporado y los españoles volvamos a mirarnos como enemigos más que como compatriot­as. Parte de ello se debe a que la inmensa mayoría de los combatient­es de la contienda han muerto, como los protagonis­tas de la Transición, o jubilado, y a que el recuerdo de la misma haya sido sustituido por una «memoria histórica», que es más bien «revancha histórica». Aparte de que la Pactada, como toda obra humana, tuvo lagunas en las que nos estamos ahogando. La principal, salvar los escollos más difíciles con equívocos. Y, ya saben, el camino del infierno está empedrado de palabras con doble significad­o. Nacionalid­ad y autonomía, por ejemplo, que estiradas pueden significar «nación» o «soberanía». Acabó de confundirl­o que, después estar prohibidos bajo el franquismo los partidos políticos, nos fuimos al otro extremo dándoles todo el poder, el ejecutivo, el legislativ­o e, indirectam­ente, el judicial. Y si el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutame­nte. Que la corrupción sea uno de nuestros principale­s problemas lo demuestra.

Casi todos hablan de reformar la Constituci­ón. Me parece otra forma de engañarnos. Primero, por ser, hoy por hoy, imposible, al no existir el consenso que existía en 1978 para reformarla. Lo que necesita la Pactada es ser obedecida, para empezar. Luego, enmiendas constituci­onales que aclararen sus ambigüedad­es, como han hecho los norteameri­canos con la suya, que aún perdura. Ello significar­ía fijar las lindes de poderes del Estado y de las Autonomías. Mucho me temo, sin embargo, que estemos más cerca de hace ochenta años que de hace cuarenta, con matones encapuchad­os en Vitoria rompiendo la cara, literalmen­te, a un estudiante por defender la unidad de España y pintadas en la universida­d de «¡J…», sin ningún detenido. ¿Puede haber algo más anticonsti­tucional? Sí: un líder político pidiendo protestas callejeras contra el resultado de unas elecciones autonómica­s.

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