ABC (Sevilla)

EL DÍA DE MAÑANA

Será mañana cuando se acuerde cada uno de una mano que es la misma forma de apretarnos por dentro

- FRANCISCO ROBLES

Será mañana. Cuando a Murillo se le derramen los azules del índigo y del ultramar, del pavo real y del celeste incólume, del lapislázul­i que inundará los cielos que ganamos cada día al despertar. Será mañana, cuando la ciudad se eleve sobre sí misma y empiece a celebrar los gozos de diciembre en esa plenitud redonda de la palabra Madre. La Inmaculada de Coullaut-Valera se hará blanca y azul en la bóveda sin cúpula, en el espacio sin medida, en el infinito sin principio de esa luz inasible que nos bebemos con los ojos. Da igual que estés frente al mar o en lo más alto de una montaña que busca a Dios en nuestras pobres alturas. Siempre estarás en esa plaza con el nombre del Triunfo, allí donde se refugiaron, al aire libre, los que sintieron el temblor de la tierra que venía desde Lisboa.

Será mañana, cuando los seises le canten a la Pureza de Triana -tres veces Ana- y de María, cuando la Macarena de Grosso se vista de verdeazul, cuando las coplas de Miguel Cid se metan al compás del Rezaré que Pive Amador le transcribi­ó a Silvio después de emborracha­rse de San Juan de la Cruz. Entonces comprender­emos que Sevilla es el útero que nos queda, el hueco del que no queremos salir para que la muerte no nos alcance en la frase más terrible que escribió Cernuda, para que el tiempo no nos descubra y podamos seguir jugando al escondite de la infancia.

Será mañana, cuando las campanas nos recuerden que somos el eco de lo que fuimos, el bronce que viene del barro con el que nos amasaron en una noche de amor y de caricias, de besos que siguen estampados en el papel secante de nuestras mejillas, de cuerpos fundidos en ese otro bronce que es el hijo. Somos el hijo que le queda a la mujer que se fue después dejarnos a solas con la Soledad que lleva en sus manos la corona de las espinas que nos dejó, en herencia, la madre ausente. Por eso la buscamos en esa belleza sutil de Velázquez o de Alonso Cano, recogida y humilde, temerosa de ese monosílabo que salió de sus labios para cambiar la historia del mundo. Como escribió Manuel Mantero en un poema estremeced­or, ¿qué habría sucedido si esa Muchacha le hubiera dicho al arcángel lo contrario? ¿Cómo sería el mundo si la Inmaculada le hubiera dicho no?

Será mañana, cuando se acuerde cada uno de una voz que es la misma voz, de una mano que es la misma forma de apretarnos por dentro, de una sonrisa que es la misma luna creciente en el pecho que nos dio de comer y de vivir. Dicen que Sevilla es más madrastra que madre. Puede ser. Pero a veces nos reconcilia­mos con ella y la vemos en toda su hondura, en esa dimensión sin medida que nos sitúa en el umbral del misterio. Al verla en la esbeltez del besamanos o en la foto descolorid­a que nos lleva al breve paraíso de la infancia, comprendem­os que las madres a la Madre son iguales. Y que la letra de la vieja soleá no es cierta. Porque madre no hay más que una, y a ti te encontré en un patio sin saber que llevabas el nombre conseguido de los nombres.

SERÁ MAÑANA CUANDO LAS CAMPANAS NOS RECUERDEN QUE FUIMOS ECO DE LO QUE FUIMOS

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