Trump acelera la extracción de petróleo de Alaska antes de 2020
∑El Gobierno impulsa su «dominación energética» y autoriza construir una isla en el mar de Beaufort para la explotación
La política energética de EE.UU. bajo la presidencia de Barack Obama se articuló en dos ejes: la consecución de la llamada «independencia energética», es decir, que el país no dependa de importaciones de fuentes de energía; y los progresos hacia una economía con menor dependencia del carbono, según los compromisos adquiridos en el Acuerdo de París sobre cambio climático. La llegada de Donald Trump al poder, hace dos años, supuso un vuelco a esta política.
La «independencia energética», que EE.UU. –sobre todo gracias al «boom» en la prospección de gas natural– está cada año cerca de alcanzar, ya no es un objetivo suficiente. En junio de 2017, Trump colocó como meta la «dominación energética global» para impulsar todavía más las industrias del sector y avanzar como exportador de petróleo y gas. Este año, las predicciones de la Administración de Información sobre Energía de EE.UU. apuntan a que el país será el mayor productor de crudo del mundo, por encima de Arabia Saudí y Rusia. La última vez que EE.UU. ostentó esa corona fue en 1973.
Parte de esa carrera hacia la «dominación energética» tiene que ver con el desmantelamiento de las regulaciones medioambientales impuestas por la Administración Obama en el pasado. Este año, Trump anunció la salida de EE.UU. del Acuerdo de París, un asunto que le ha enfrentado a la mayoría de sus socios occidentales.
Disputa política
Una de las grandes batallas de esta «dominación energética» se centra en Alaska. Es un territorio gigante –el mayor estado del país– que aúna dos elementos: una tremenda riqueza energética –es el cuarto estado en producción combinada de petróleo y gas– y un valor medioambiental incalculable. El estado, y, de forma específica, la costa Norte sobre el mar Ártico, han sido desde hace décadas un asunto de disputa entre partidos, industria energética y organizaciones medioambientales.
En octubre, la Administración Trump dio luz verde a la empresa Hilcorp Energy para que construya una isla artificial sobre el mar de Beaufort, que se usará para extraer petróleo. Se trata de la primera aprobación para la extracción de crudo en aguas federales del Ártico (hasta ahora, se han construido cuatro islas de este tipo en Alaska, pero en aguas pertenecientes al estado). La explotación estará sujeta a protecciones medioambientales, como limitar la pros-
pección a las épocas en las que el océano esté cubierto de hielo, para no entorpecer el paso de ballenas y la labor de los cazadores que subsisten de ellas.
«El desarrollo responsable de nuestros recursos, especialmente en Alaska, nos permitirá usar nuestra energía de forma diplomática para ayudar a nuestros aliados y controlar a nuestros adversarios», aseguró el secretario de Interior, Ryan Zinke, en medio de los crecientes esfuerzos de Rusia, China y otros países por controlar el Ártico. «Esto hace a EE.UU. más fuerte y más influyente», añadió Zinke, uno de los impulsores del desarrollo energético en Canadá.
Poco después, en noviembre, el mismo departamento de Interior anunció los planes de Trump para ampliar el territorio abierto a prospecciones en la llamada Reserva Nacional de Petróleo, un área de 90.000 km2 –más que Andalucía–. Obama había decretado que la mitad del territorio estuviera fuera del alcance de las perforadoras, lo que la industria, y ahora la Administración Trump, ve restrictivo. Las principales fricciones están en torno al lago Teshekpuk, que para los geólogos tiene mucho potencial petrolífero, mientras que para los ecologistas es un hábitat clave para los rebaños de caribús y la reproducción de varias aves.
Ahora, la Administración Trump está acelerando los trámites y tomando atajos para explotar otra zona protegida de esta costa, explica «The New York Times» en un reciente artículo. Se trata de una franja de territorio sobre la bahía de Prudhoe, dentro del Refugio Natural Nacional del Ártico. Bajo la tierra de esta tundra inhóspita, tomada por el musgo y los arbustos, cubierta de nieve y hielo buena parte del año, se esconde la que se considera la mayor reserva costera de petróleo de América del Norte.
Territorio desolado
Se creó en 1960, cuando este territorio desolado, alejado de la actividad económica y sin apenas población, no interesaba a nadie. Todo cambió en 1968, cuando se descubrió que había crudo. Desde entonces, la pelea por permitir extracciones ha dado bandazos. En 1980 se designó una amplia zona de 6.000 km2, que podría albergar explotaciones de petróleo y gas, denominada Área 1002. Desde entonces, defensores y opositores se han peleado en Alaska y Washington sobre el asunto, incluido un veto de Bill Clinton en 1995 a un plan republicano para iniciar la perforación.
El nuevo clima político en EE.UU. ha permitido que cambie la situación. En las elecciones de 2016, Trump llegó a la Casa Blanca y los republicanos conquistaron mayorías en las dos cámaras del Congreso. La resistencia a cambiar el «statu quo» de la reserva en Alaska se superó con una treta legislativa: se incluyó dentro de la reforma fiscal –uno de los grandes logros de Trump– como una forma de generar ingresos para el estado.
El siguiente paso fue acelerar los trámites: un informe sobre una posible exploración petrolífera con la Administración Obama tardó dos años y medio en elaborarse y ocupó mil páginas. El del Área 1002 está a punto de publicarse, con lo que se va a cerrar en menos de la mitad de tiempo, después de que la Administración Trump exigiera que este tipo de informes tengan como mucho 300 páginas y se cierren en un año. Todo apunta a que el año que viene empezarán a concederse licencias para prospecciones y, dentro de unos años, este territorio virgen empezará a bombear petróleo.