LA DEVOCIÓN MÁS MARIANA DE SEVILLA
La ciudad celebra la fiesta de la Inmaculada en el centenario del monumento de la plaza del Triunfo
Cien años cumple hoy el monumento dedicado a la Inmaculada Concepción, en la céntrica Plaza del Triunfo, por cuya pureza original luchó Sevilla con más fervor que ninguna otra ciudad del mundo durante varios siglos. Aquel día de diciembre de 1918, cuando se preparaban ya nuevos escenarios urbanos para acoger la Exposición de 1929, se vivían momentos de gran conflictividad social. Muy pocos días antes había terminado la Primera Guerra Mundial, y aunque España se mantuvo aislada de ella, la crisis hacía insostenible la vida diaria. En el campo andaluz se acentuaban las huelgas y las protestas. Sobrevinieron corrientes ideológicas contrarias a la fe católica y la Iglesia sentía la amenaza de la revolución rusa, tal como vaticinó la Virgen, en Fátima, el 13 de mayo de 1917.
En este contexto social, no es de extrañar que se elevasen voces contrarias a la erección de este gran monumento mariano, y que se polemizase sobre el asunto en sectores anticlericales y culturales. Desde la prensa sevillana, un católico anónimo le pedía a la Virgen sin mancha: «Que no manchen este suelo, Virgen María, infamias que envilezcan; que no esté ciega Sevilla y se salve del naufragio moderno». Una vez más, la recreación del canon inmaculista fijado por Murillo le sirvió al estamento eclesial de icono con el que unir a todo el pueblo, con el fin de poder afrontar cohesionados las dificultades del momento.
La petición de perpetuar en la calle este homenaje público a la Madre de Dios partió de una junta organizadora que integraban personas cercanas a la Iglesia, aunque también lo estaban al Ayuntamiento. Su presidente, Ramón Ibarra González, presentó oficialmente la petición en el consistorio el 5 de julio de 1917. En la instancia se aclara que esta iniciativa, de carácter privado, era el sentir de muchos sevillanos y la respaldaban diversos ciudadanos que se comprometían a sufragar el proyecto íntegramente, por lo que también iban a recoger dinero mediante suscripción popular. Argumentaban promoverla con motivo de la celebración del III centenario del voto y juramento concepcionista que el Ayuntamiento e Iglesia de Sevilla realizaron conjuntamente, en 1617.
El cardenal Marcelo Espínola se había procurado ya de alzar este monumento, aunque su idea fue la de ubicarlo dentro del Patio de los Naranjos, en el año 1904 cuando coronó a la Virgen de los Reyes, con motivo del cincuentenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción en 1854. Pero definitivamente, la construcción no se materializaría hasta 1918, un año muy importante también para el nacionalismo andaluz, toda vez que quedó incluida la idea entre los distintos actos celebrativos de 1917, como las exposiciones de arte concepcionista emprendidas por el arzobispado.
Descripción artística
En el Archivo Municipal de Sevilla se conserva el expediente con los distintos bocetos que se presentaron. Resultó elegido el diseñado por el arquitecto José Espiau Muñoz y el escultor Lorenzo Collaut Valera, personalidades estrechamente vinculadas a los trabajos de la Exposición Iberoamericana y al estilo artístico regionalista. Debido a la enorme acogida popular con la que contó este proyecto, la elección de emplazamiento fue un espacio céntrico, pero, sobre todo, emblemático: la plaza del Triunfo. Cercano a la Catedral, rodeado por el edificio del Archivo de Indias y las murallas del Alcázar.
El memorial técnico contempla la gradería de tres peldaños, sobre los que se alza un altísimo basamento prismático, de sección cuadrada. Encima de este se apoyarían cuatro pilastras con entablamento de base cuadrada. En el basamento irían adosadas cuatro estatuas representando a Murillo, Martínez Montañés, Miguel del Cid y al jesuita Juan de Pineda. El monumento quedaría coronado por la Inmaculada rodeada de ángeles, conforme al cuadro que pintó Murillo para el hospital de los Venerables, conocida en el mundo del arte como «La Concepción grande del Louvre». Además, se proyectó hacer cuatro cartelas decorativas, salvadas por un pequeño jardín cercado, dedicadas al Papa Pío IX que promulgó el dogma, el escudo de la ciudad de Sevilla, una dedicatoria del monumento, y las laterales con los nombres de los sevillanos más inmaculistas. La ordenación urbanística del espacio, y su ajardinamiento, corrió a cargo del arquitecto municipal, Juan Talavera Heredia. Este proyecto contó con la crítica de la Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla.
En el lenguaje de este monumento, que sigue tan de cerca el modelo del erigido en honor de la Inmaculada en la Plaza de España de Roma el año 1857, hay codificado un lenguaje que manifiesta claramente a María elevada sobre el género humano.
Inauguración
A las 11 de la mañana de aquel 8 de diciembre de 1918, se bendijo la imagen de la Purísima Concepción que remata el monumento, después del Pontifical en la Catedral correspondiente al día de su propia festividad litúrgica. Un amplio cortejo salió del templo catedralicio por la puerta de San Miguel y rodeó las gradas hasta llegar a la Plaza del Triunfo. Una vez congregada la comitiva ante el monumento, el cardenal Enrique Almaraz procedió a ritualizar la bendición. Acto seguido, la Junta ejecutiva hizo entrega del monumento a la ciudad, en presencia del capitán general que representaba al rey Alfonso XIII. Atrajo una concurrencia numerosísima de público el reparto de media hogazas de pan, acordado distribuir por la junta organizadora, durante los días 9, 10 y 11 a los pies del monumento. Diversas hermandades y asociaciones piadosas fueron las que se encargaron de ofrecer unas 20.000 piezas de pan, cuyos repartos se efectuaron desde las 9 de la mañana a las 3 de la tarde de los días referidos.
El acto inaugural del monumento coincidió también con la corrida de toros que, por la tarde, se organizó para recaudar dinero destinado a la coronación canónica de la Virgen del Rocío, en la plaza Monumental construida pocos meses antes con la ayuda económica de Joselito «El Gallo». El eminente canónigo Muñoz y Pabón supo vincular el símbolo de la Blanca Paloma a la Virgen del Rocío, por la conexión que la imagen marismeña guardaba históricamente con el misterio inmaculista. Así lo argumenta el historiador almonteño Santiago Padilla en su nuevo libro dedicado a la coronación que, curiosamente, dispensó el mismo cardenal Almaraz, en junio de 1919.
Y si Roma había encumbrado a la Inmaculada entre sus principales elementos patrimoniales, ¿por qué iba a ser menos el lugar que tanto luchó por mostrar a María, Pura y Limpia, sin pecado original? En las décadas iniciales del siglo XX, España se encontraba inmersa en la profunda crisis social de la Restauración, también ahondada por los conflictos bélicos e ideológicos de Europa. Pero ninguna de estas adversidades pudieron apagar el júbilo popular que levantó la edificación de este monumento, consagrado al triunfo de la universalidad de los valores de María, como espejo de unidad entre los pueblos y símbolo de la paz, que brindó nuestra mariana Sevilla. Porque María también es identidad cultural en esta ciudad.