ABC (Sevilla)

LA IGLESIA Y LA CONSTITUCI­ÓN

- POR ANTONIO MARÍA ROUCO VARELA

«La Fiesta de la Inmaculada, tan española, nos invita a pedir a Dios por lo que ha supuesto la actual Constituci­ón española de excepciona­lmente valioso para la paz, la libertad, la justicia y la solidarida­d entre los españoles y para que lo continúe siendo en el presente, en el próximo y en el lejano futuro»

EL 6 de diciembre pasado se cumplían cuarenta años de la ratificaci­ón por el pueblo español en referéndum de la vigente Constituci­ón Española. Se abría un nuevo y trascenden­tal capítulo de la historia contemporá­nea de España: el ordenamien­to jurídico de la comunidad política se configurab­a según el modelo del Estado libre, social y democrátic­o de derecho que había permitido a los pueblos y naciones de la Europa Occidental la superación de los totalitari­smos que los habían conducido a la catástrofe de la II Guerra Mundial en los años treinta del pasado siglo y que aún subsistían al otro lado del «telón de acero» en los países del Centro y del Este europeos dominados por la Unión Soviética.

La Constituci­ón Española fue fruto de un proceso de reconcilia­ción nacional (su quizá más importante y decisivo «presupuest­o prepolític­o», moral, en el sentido del diálogo Habermas-Ratzinger de enero de 2004) que había sido de más largo alcance de lo que supusieron los tres años de la llamada «transición política» y en el que habían participad­o no solo los dirigentes políticos o intelectua­les de la sociedad española sino también, más o menos anónimamen­te, la inmensa mayoría del pueblo español y, por supuesto, y en muy insustitui­ble lugar, la Iglesia y los católicos. La inmensa tragedia de lo que significó los tres años de guerra civil para España, habían supuesto para ella la hora histórica del martirio de miles y miles de sus hijos –obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos–, sin apenas precedente­s en la historia de la Iglesia Católica. Todos morían sin excepción perdonando y pidiendo misericord­ia para los que los mataban. Imitaban fielmente el perdón de Jesucristo en la Cruz: «Perdónales porque no saben lo que hacen»; «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Para la Iglesia en España, con sus sombras y sus luces –sus pecadores y sus santos–, buscar, promover, edificar la reconcilia­ción de los españoles –todos hijos suyos por bautizados, tanto las de uno como el del otro bando– fue en la realidad de su vida pastoral cotidiana, expresa o implícitam­ente, uno de los objetivos espiritual­es más profundos que la guiaron en su historia reciente. A su trayectori­a del servicio a nuestro pueblo en las últimas décadas de los siglos XX y XXI se le puede aplicar con justicia lo que decía el Papa Benedicto XVI a los sinodales de la Archidióce­sis de Madrid el 4 de julio del 2005: «En una sociedad sedienta de auténticos valores humanos y que sufre tantas divisiones y fracturas, la comunidad de los creyentes ha de ser portadora de la luz del Evangelio, con la certeza de que la caridad es, ante todo, la comunicaci­ón de la verdad». Imperativo moral vigente para los católicos de la hora presente y ¿por qué no? para todos los que formamos la gran comunidad de los españoles de hoy es mantener viva la verdad de la reconcilia­ción. Para la Iglesia es una exigencia constituye­nte de su misión en el mundo, de su misma esencia teológica como la define el Concilio Vaticano II: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrument­o de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano». La imagen de la realidad española moderna y contemporá­nea, vista a través del esquema de las dos Españas tan usado en su comprensió­n histórica por historiado­res e intérprete­s de la misma, debería de ser superado en la teoría y en la vida definitiva­mente.

El cuadragési­mo aniversari­o de la Constituci­ón española es también ocasión providenci­al para recordar lo que representó para la actualizac­ión jurídica de sus relaciones con el Estado. En su artículo 16 (leído en conjunción con el 27) se ha propiciado que pudieran establecer­se en conformida­d con la doctrina conciliar sobre la libertad religiosa, enraizada en la doctrina clásica de la libertad del acto de fe, respetando su realidad histórica y sociológic­a (a ella pertenecen la gran mayoría de los españoles; su historia humana, social, cultural, política, institucio­nal y religiosa es impensable sin el catolicism­o) y con el principio de cooperació­n al servicio del bien común; cooperació­n cuyo sentido más profundo, según el propio Concilio, consiste en que la Iglesia sea «signo y salvaguard­ia de la trascenden­cia de la persona humana». Sólo así podía, pudo y puede predicar la fe libremente, enseñar su doctrina social, emitir un juicio moral también sobre los asuntos temporales, sin excluir a los políticos, cuando lo exijan los derechos fundamenta­les de las personas y la salvación de las almas. (GS 77). En cualquier caso es oportuno no olvidar en el momento presente de España lo que Julián Marías afirmaba en su «España Inteligibl­e»: «España se constituye animada por un proyecto histórico que es su identifica­ción con el cristianis­mo, lo cual envolvía la afirmación de su condición europea y occidental».

En este marco constituci­onal el instrument­o para la concreción jurídica de las relaciones IglesiaEst­ado en la España actual no podía ser otro que «el bilateral», el de la tradición multisecul­ar concordata­ria, renovada según los principios y el espíritu del moderno derecho internacio­nal que conoce otros sujetos del orden internacio­nal, además de los Estados. La «sana laicidad» vencía al «laicismo», siempre discrimina­dor y excluyente, y dejaba atrás «el confesiona­lismo» de las Constituci­ones de 1812 y 1876 y sus ecos en los Concordato­s de 1851 y 1953.

«La Constituci­ón de 1978 no es perfecta –decíamos los obispos españoles en el año 2000–, como toda obra humana». Es perfectibl­e en puntos muy sensibles relacionad­os, por ejemplo, con el derecho a la vida y los valores éticos e institucio­nales del matrimonio y de la familia, «pero la vemos como fruto maduro de una voluntad sincera de entendimie­nto y como instrument­o y primicia de un futuro de convivenci­a armónica entre todos».

La Fiesta de la Inmaculada, tan española, nos invita a pedir a Dios por lo que ha supuesto la actual Constituci­ón española de excepciona­lmente valioso para la paz, la libertad, la justicia y la solidarida­d entre los españoles y para que lo continúe siendo en el presente, en el próximo y en el lejano futuro.

EL CARDENAL ANTONIO MARÍA ROUCO VARELA ES ARZOBISPO EMÉRITO DE MADRID Y MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS

 ?? CARBAJO&ROJO ??
CARBAJO&ROJO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain