EL «MINITRUE» DE LAS REDES SOCIALES
Vox es también una reacción al poder subliminal del populismo de izquierdas en internet
LA penetración de Vox es reaccionaria, claro. Es una respuesta al totalitarismo subliminal que controla el pensamiento a través de mecanismos taimados y que por sus variaciones más estúpidas ha terminado estragando a 400.000 personas en Andalucía, el edén de la izquierda española. El nuevo frente popular ha atacado tanto la inteligencia de «La Gente» que se ha quedado colgado de la brocha, aunque no hay mal que por bien no venga. Al menos esta guantada a los abusos populistas ha servido para descaretar a Susana Díaz, a quienes muchos habían encumbrado porque no la conocían de nada. La presidenta moribunda de la Junta ha dicho que «si quitas a la extrema derecha, hay una mayoría de izquierdas». Ni en «Barrio Sésamo» se atrevieron a tanto para explicar la diferencia entre arriba y abajo. Pero esta maravilla dialéctica, cima perogrullesca de la agnotología, es sólo una más de las aberraciones que explican el auge de un partido que no entraba en las apuestas. Ejemplos hay muchos. Esta misma semana hemos visto, por citar uno bastante ilustrativo, la propuesta de una asociación que reclama un «trato ético a los animales» para acabar con el lenguaje que «fomenta el maltrato». En vez de «matar dos pájaros de un tiro» ahora hay que decir «alimentar dos pájaros de un bollo»... ¿No va a estar «La Gente» harta?
La convocatoria callejera de Pablo Iglesias para acabar con el «fascismo» emanado de las urnas apelando a una ucrónica resistencia heroica es una prueba del totalitarismo clandestino de los populistas de izquierdas, a los que sin embargo nunca se les ha puesto en la misma balanza que a los populistas de derechas. Paradójicamente, los anticapitalistas se han servido de las grandes herramientas propagandísticas del capitalismo para comernos el terreno ideológico. Las redes sociales. Las nuevas multinacionales de la comunicación de masas. Estas redes en las que todos estamos atrapados porque hemos picado en el cebo de nuestra vanidad –nos encanta ser sujetos públicos– son el Ministerio de la Verdad del siglo XXI, el «Minitrue» de Orwell, pero en manos privadas. La censura es ahora un negocio salvaje hipermillonario que, sin embargo, sirve a los intereses del socialismo tiránico para imponer sus ideas. Los hechos lo acreditan. En los últimos tiempos le han cerrado sus cuentas de Twitter a Hermann Tertsch y al candidato de Vox en Andalucía, Francisco Serrano, por el contenido de sus comentarios. El escándalo es pavoroso: una empresa decide qué se puede decir y qué no. Es para echarse a temblar. Está permitido registrarse con nombre falso, crear ejércitos de trolls controlados desde un mismo terminal y atacar a la derecha con cuantos exabruptos sean necesarios, pero se prohíbe opinar tajantemente contra el feminismo o la memoria histórica.
Esta dictadura lleva tiempo gobernando nuestras vidas y administrando nuestra libertad. Pero durante su invasión retrechera los «demócratas» virtuales han cometido un error pueril: creer que «La Gente» era tonta.