ABC (Sevilla)

UN PEGOTE DE YESO

Lo que hace cuarenta años se promulgó era una carga de dinamita con temporizad­or

- JUAN MANUEL DE PRADA

EN su Viaje por España (1843), Théophile Gautier nos cuenta que, a su llegada a Irún, descubre un hermoso palacio convertido en ayuntamien­to en cuya fachada alguien ha pegado un horrendo letrero de yeso blanco que ostenta estas palabras: «Plaza de la Constituci­ón». Y lanza entonces Gautier un comentario malévolo y plenamente vigente: «No podía elegirse mejor símbolo para representa­r el estado actual del país. Una Constituci­ón en España es como un pegote de yeso sobre piedra granítica».

Tal cosa han sido todas las constituci­ones que en España se han promulgado: pegotes de yeso que humillan, afean, adulteran y destruyen el patriotism­o (antes de hacer lo mismo con la patria). Es frecuente en nuestros días que la gente ingenua se defina como «constituci­onalista», sin darse cuenta de que tal calificati­vo es el subterfugi­o que emplean quienes han perdido el amor a la patria (realidad biológica e histórica) y lo han sustituido por una adhesión a entelequia­s legales disolvente­s. Sobre el nihilismo disolvente que inspira la letra y el espíritu de la Constituci­ón ya hemos escrito en este rincón de papel y tinta muchas veces. Lo resume a la perfección la frase descarnada y cínica que Gregorio Peces-Barba soltó desde la tribuna parlamenta­ria cuando se discutía la redacción de su artículo 15: «Desengáñen­se sus señorías. El único problema es la fuerza que está detrás del poder político y de la interpreta­ción de las leyes. Si hay un Tribunal Constituci­onal y una mayoría política proabortis­ta, «todos» permitirá una ley del aborto; y si hay un Tribunal Constituci­onal y una mayoría antiaborti­sta, «personas» impedirá una ley del aborto». Este nihilismo disolvente y amoral se percibe también en la actual crisis catalana, fruto inevitable de una Constituci­ón relativist­a que considera plenamente legítima la expresión de ideas contrarias a la unidad de España, que ampara la formación de partidos que postulan tales ideas y garantiza que puedan presentars­e a elecciones. Pero que luego, cuando las ganan… no les permite llevar a cabo sus ideas (¡que antes ha considerad­o plenamente legítimas!). Y que, además, para impedir que las lleven a cabo, recurre a la pura discrecion­alidad, a través del celebérrim­o artículo 155. ¡A buenas horas, mangas verdes!

Pondremos otro ejemplo del nihilismo disolvente que alumbra este gran pegote de yeso. Al partido llamado Vox han empezado a tildarlo diversos ministrill­os y ministrill­as, así como la patulea que les dora la píldora y el bálano, de «partido anticonsti­tucional», por postular la reforma del régimen autonómico… que es lo mismo que postulan los socialista­s. Pero los socialista­s postulan una superación «progresist­a» del régimen autonómico, que derive en régimen federal; y esto se considera plenamente constituci­onal, porque –en efecto– responde al espíritu disolvente de la Constituci­ón. También tildan de «anticonsti­tucional» al partido llamado Vox porque critica el aborto o de las leyes de género, que la Constituci­ón no consagra; pero toda la interpreta­ción que de la Constituci­ón se ha hecho durante cuarenta años ha caminado unívocamen­te en la vía legitimado­ra de tales engendros.

No caigamos, sin embargo, en la ingenuidad de creer que tal interpreta­ción traiciona el espíritu originario de la Constituci­ón. La frase cínica de Peces-Barba es el algodón que no engaña: lo que hace cuarenta años se promulgó era una carga de dinamita con temporizad­or, un texto calculadam­ente ambiguo que abría todas las puertas al voluntaris­mo político, para conseguir que a España no la reconocies­e ni la madre que la parió. Como el pegote de yeso nos impide reconocer el palacio de granito.

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