ABC (Sevilla)

El ultra García Juliá se ocultó en Sao Paulo como venezolano y conductor de Uber

La Policía española llevaba desde junio tras su pista pero usó hasta tres identidade­s

- CRUZ MORCILLO/VERÓNICA GOYZUETA MADRID/SAO PAULO

«De forma inopinada e imprevista, con frialdad y serenidad, consciente­s de lo que hacían, Fernández Cerrá y García Juliá, a distancia no inferior a sesenta centímetro­s, sin que partiera previa iniciativa ni actitud por parte de sus secuestrad­os (...) comenzaron a disparar, en trayectori­a cruzada, de forma indiscrimi­nada, contra las nueve personas referidas, algunas de las cuales recibieron los impactos encontránd­ose de espaldas a sus agresores». Con esta precisión relata la sentencia cómo se desarrolló la matanza de Atocha, el atentado que a punto estuvo de torcer para siempre la historia de la transición el 24 de enero de 1977 y que costó la vida a tres abogados laboralist­as, un estudiante de derecho y un administra­tivo, además de dejar heridas graves a sus cuatro compañeros.

Carlos García Juliá recorrió todo el despacho destruyend­o archivos y arrancando cables de teléfono, ciego de odio, ante el cambio ideológico que representa­ban sus víctimas. Aquella noche de hielo en Madrid, el ultra tenía 24 años.

El miércoles por la noche, 41 años después, unos policías de la Superinten­dencia de Sao Paulo (Brasil) le pararon cuando apareció en la puerta de su casa, en Barra Funda, un barrio de clase media de la ciudad, muy cerca de la sede de la Policía Federal.

Creía que era un control

Le pidieron que les acompañara a la comisaría y allí verificaro­n su identidad. García Juliá, que salió de España en 1994 con una autorizaci­ón judicial para trabajar y ya no volvió, estaba tranquilo. «Cuando le preguntaro­n por su nombre les dijo que no era él. Creía que era un control rutinario sin más y que ignoraban su verdadera identidad», explica a ABC el comisario Marcos Frías, uno de los responsabl­es de la Comisaría General de Policía Judicial que ha viajado hasta allí para supervisar la detención del miembro de la extrema derecha.

A los 65 años, fugitivo internacio­nal, García Juliá vivía tranquilam­ente en la ciudad de Sao Paulo con documentos falsos, haciéndose pasar por un venezolano y viviendo con una compañera brasileña, del dinero que ganaba como chófer de Uber. O eso es lo que les dijo a los agentes, informació­n que ahora intentan comprobar.

El que fuera miembro o simpatizan­te de Fuerza Nueva entró a Brasil a pie, en 2001, por la ciudad de Pacaraima, estado de Roraima, en la frontera venezolana, con el nombre de Genaro Antonio Materan Flores. Esa ciudad es ahora el principal acceso de los venezolano­s que piden asilo en Brasil. Con una identidad en las manos, consiguió una licencia de conducir.

Tras la matanza de Atocha, perpetrada junto a otros tres ultras, pasó semanas escondido. El 11 de marzo de 1977 fue detenido e ingresó en prisión. La Audiencia Nacional le condenó a 193 años. En 1991 se le concedió la libertad condiciona­l y en 1994 salió rumbo a Paraguay con autorizaci­ón judicial. Nunca más volvió a comparecer.

La Policía española había seguido su rastro por Paraguay, Bolivia (donde estuvo encarcelad­o), Chile, Argentina y Venezuela, pero fue cambiando de identidad y eludiendo a la Justicia. En mayo se le detectó en Brasil aunque usaba hasta tres identidade­s, una de ellas como representa­nte de ganadería. En colaboraci­ón con la Interpol, con agentes brasileños y los agregados españoles allí, se fue estrechand­o el cerco. Se llegaron a vigilar tres domicilios distintos.

Una pista importante

«Vivía en Brasil como si fuese un ciudadano venezolano», informó Disney Rosseti, jefe de la Policía Federal, en Sao Paulo. «Ahora tenemos que aguardar el pedido de extradició­n de España», señaló. «No resistió a la voz de prisión», comentó Reinaldo Campos, representa­nte regional de la Interpol en Brasil. El detenido confirmó su identidad después de ver los documentos que la Policía le presentó. Su visa provisiona­l como extranjero venezolano la solicitó en 2009 y el coche que conducía estaba a nombre de su mujer.

El comisario Marcos Frías describió la operación conjunta de inteligenc­ia. «Teníamos noticias de que podía estar en algún país de Iberoaméri­ca y que estaba usando una identidad falsa. Tuvimos la suerte de encontrar una pista importante». «Todos juntitos y con las manitas arriba». Esas fueron las últimas palabras que oyeron sus víctimas y las del otro matón.

Una fuga de 24 años García Juliá ha vivido desde 1994 en varios países de Iberoaméri­ca; entró en Brasil en 2001

Con una pareja brasileña En los últimos meses le fotografia­ron y siguieron; compartía su vida con una mujer brasileña

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REUTERS Arriba, Marcos Frías, jefe de la Brigada de Crimen Organizado de la Policía española. A la izquierda, la apariencia de García Juliá 41 años después

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