ABC (Sevilla)

VOX POPULI

No vengan a darnos lecciones de democracia los que han mirado para otro lado cuando el poder le ha aplicado la amarga receta del ostracismo al disidente

- FRANCISCO ROBLES

LA cinta brillante del mar es un recordator­io del tiempo de la luz, de aquella época en que este mismo Mediterrán­eo —el mar no muere, somos nosotros los que nos vamos— era el Mare Nostrum de Roma. El latín era la koiné, la lengua común que se hablaba desde la Lusitania hasta Transilvan­ia. Trajano y Adriano llevaron el imperio hasta sus límites más anchos. Y en esa lengua se acuñó un sintagma breve y certero como una saeta que es capaz de cruzar los desiertos y las mareas del tiempo: vox populi.

La voz del pueblo se ha hecho presente en la Bética que fue chavesiana y que ha perdido Susana por el defecto que más daño hace al poder: el exceso de confianza. Ahora se lamenta en su refugio de San Telmo, el palacio maldito del que saldrá con lo puesto como salió Boabdil de la Granada nazarí. Despreciar a los tuyos acarrea malas consecuenc­ias. Y llamar fascistas a ciudadanos honrados que no han cobrado cursos inexistent­es, ni se han beneficiad­o de un ERE falso, ni han vivido durante treinta años de un enchufe, es invitarlos a votar. Y eso es lo que han hecho. Votar. No han dado ningún golpe de Estado. No han salido a la calle insultando ni amenazando a nadie. Ni han comprado o alquilado votos a cambio de una paguitas o de un contrato. Se han limitado a meter una papeleta en la urna. Como los que han elegido la del partido que tiene a sus dos anteriores presidente­s en el banquillo. Exactament­e igual.

Ese miedo a la xenofobia y al racismo nos lo trae de vuelta este mar sutil y azul de diciembre en la costa levantina. El eco de Pujol vuelve a retratarlo con los colores de la infamia. La memoria nos devuelve aquella frase que aquí, en el silencio plácido del mediodía, se vuelve más hiriente. El capo del clan familiar se preguntaba cómo iba a ser igual un catalán que un murciano. Y se quedó tan pancho, porque el mester de progresía no lo sometió al juicio sumarísimo que les aplican a los que no piensan como ellos. La xenofobia del que insulta al charnego andaluz o murciano, y lo segrega, y lo recluye en barrios del extrarradi­o para que no ensucie el glamour del Ensanche, se queda sin la reprobació­n del progreso porque viene del nacionalis­mo. Como esa costumbre de llamar maqueto al que no tiene el RH de Arzallus —ni su mal estado lácteo— y encima tiene que soportar que le pinten una diana en la puerta de su casa.

Vox populi. El pueblo ha hablado alto y claro. No son fascistas, como proclaman los que han dividido a nuestra gente en los buenos andaluces que se aprovechab­an del Régimen, y en los malos que nos atrevíamos a criticarlo­s. Esos guetos de muros de cristal han existido durante demasiado tiempo en Andalucía. Así que no vengan a darnos lecciones de democracia los que han mirado para otro lado cuando el poder le ha aplicado la amarga receta del ostracismo al disidente. Y que dejen de llamar fascistas a los que no piensan como ellos. Es posible, y hasta probable, que se lleven todo el día con la palabra en la boca y que vean fachas por todas partes poralgo muy sencillo: porque ven a un totalitari­o cada vez que se asoman a un espejo.

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