HABLANDO DE VOX…
«¿Qué deben hacer los liberales frente a Vox? Seguir en lo suyo: defender las libertades, la Constitución, la España europeísta y el libre comercio»
VOX no es fascista, pero es la dimensión iliberal de la derecha española. Dado su creciente electorado (ayudado por una izquierda que no cesa de inflarla con erótica pasión para sentirse justificada), va a obligar a la derecha liberal a una de dos cosas: arriesgarse a perder votos marcando diferencias con ella en defensa de sus principios o arriesgarse a perder su identidad liberal para impedir que se escapen votantes que considera suyos.
Es un problema que ha enfrentado la derecha en media Europa. Macron es hoy presidente de Francia en parte porque la derecha liberal francesa optó por un discurso iliberal para competir con el Frente Nacional, dejando un vacío que el líder de En Marche! intuyó que era conquistable.
Vox es un clásico partido de derecha nacionalista e iliberal. Quiere centralizar el poder (por eso ataca las autonomías), mientras que los liberales prefieren, dentro del pacto constitucional, un amplio margen de descentralización. Desconfía de Europa, pero a diferencia de los liberales, que critican a Bruselas por su constructivismo burocrático y celebran las cuatro libertades de la integración, lo que le achacan a la Unión Europea es que erosiona la soberanía española. Sus valores son colectivistas en el sentido identitario, mientras que los liberales entienden que la libertad individual antecede a cualquier identidad común; que eso no sólo no erosiona la cohesión social, sino que la fortalece, y que no es incompatible con el patriotismo (pregúntenselo, si no, a los suizos o estadounidenses). Lo raro no es que en España los movimientos independentistas, los extremismos de izquierda y el abandono de la socialdemocracia por parte del PSOE hayan exacerbado las pasiones de cierta derecha y que ellas cristalicen en Vox. Lo raro es que esto haya tardado tanto en ocurrir. Todos los pueblos del mundo, incluyendo los más avanzados, funcionan así.
Los extremismos de los años 30 (incluyendo los que derivaron en el fascismo) fueron en parte el producto de traumas como la Primera Guerra Mundial, la inflación que siguió al abandono del patrón oro para financiarla, los revanchismos posbélicos (especialmente el Tratado de Versalles) y el tipo de cambio irreal con que Europa regresó al patrón oro años después del conflicto, provocando desempleo. En esa marmita que bullía de miedo e incertidumbre, abundaron los extremismos de izquierda y derecha, hasta que las versiones más feroces del nacionalismo provocaron una nueva guerra.
En Estados Unidos, la Era Progresista de finales del siglo XIX y comienzos del XX, durante la cual hubo un excesivo intervencionismo estatal en un país que desconfiaba del estatismo, sumada a la controvertida participación en la Primera Guerra Mundial, hizo sentir a muchos ciudadanos que su país se alejaba de sus fundamentos constitucionales. La respuesta fue el America First Committe, un movimiento nacionalista del que décadas después Donald Trump tomaría su lema aislacionista (que practica sólo a medias, pero esa es otra historia).
Vox viene a recoger en la España de hoy la suma de descontentos y frustraciones provocadas por los extremismos ya mencionados, probablemente también por la corrupción de un sector de la clase dirigente y por los residuos de resentimiento que la crisis financiera y económica ha dejado en muchos ciudadanos. De allí que en Andalucía esa formación de derecha haya recibido también votos de izquierda. ¿Qué deben hacer los liberales frente a Vox? Seguir en lo suyo: defender las libertades, la Constitución, la España europeísta, la libre empresa y el libre comercio, una creciente libertad de elección en temas que antes eran tabú, como la educación y la sanidad, y la reforma valiente de un Estado del bienestar desbordado por la realidad.