ABC (Sevilla)

La protesta de los chalecos amarillos pierde apoyos, pero se radicaliza

Más de 1.300 detenidos y cerca de 70 heridos tras una nueva jornada de manifestac­iones violentas en París y otras grandes ciudades de Francia

- JUAN PEDRO QUIÑONERO CORRESPONS­AL EN PARÍS

La cuarta jornada de protestas de los chalecos amarillos confirma la conversión del movimiento en una franquicia con muchas sensibilid­ades, no siempre compatible­s, que ayer movilizó a decenas de millares de hombres y mujeres en toda Francia, provocando graves disturbios y batallas campales, con incendios y destruccio­nes en París.

La activación de 89.000 soldados, antidistur­bios, gendarmes y policías, en toda Francia, 8.000 en París, solo tuvo un efecto disuasivo parcial. Según el Ministerio del Interior, ayer hubo más de dos mil manifestac­iones, que movilizaro­n a 125.000 manifestan­tes de distinta sensibilid­ad en toda Francia, 10.000 de ellos en la capital.

En provincias, la gran mayoría fueron protestas pacíficas y festivas, pero hubo tensiones y violencia en ciudades importante­s como Burdeos, Lille, Marsella, Niza. En París, las movilizaci­ones volvieron a precipitar un impresiona­nte rosario de violencias e incendios en los Campos Elíseos, ante el Arco del Triunfo, la Ópera Garnier, los Grandes Bulevares (donde se hallan los grandes almacenes), la iglesia Saint- Augustin y la estación de Saint-Lazare. A la hora de escribir esta crónica, el balance provisiona­l anunciaba 1.385 detencione­s, más de 700 personas a disposició­n judicial, 71 heridos (siete de las fuerzas de seguridad) y un número impreciso pero llamativo de incendios, «iluminando» el vandalismo de los chalecos amarillos seducidos por la violencia urbana, acompañada de pillajes.

Durante las primeras jornadas de protesta, con el bloqueo de carreteras y autopistas, el movimiento carecía de organizaci­ón, programa, líderes y portavoces, pero protestaba contra cosas concretas: la subida del precio de los carburante­s, la carestía de la vida y la precarieda­d de los servicios públicos en las zonas rurales menos favorecida­s. Emmanuel Macron ha hecho gestos importante­s en esos terrenos: la subida de los carburante­s ha quedado aplazada sine die y se subirá el salario mínimo a primeros de año.

Esas concesione­s llegaron la semana pasada cuando la fronda de los chalecos amarillos comenzó a radicaliza­rse, convirtién­dose en una suerte de franquicia que cada familia de manifestan­tes utiliza para hacer reivindica­ciones propias, sin programa ni proyecto común.

«Ocupar» el Elíseo

Ante tal evolución del movimiento, apareció un grupo de chalecos amarillos «libres», moderados, que denuncian la radicaliza­ción. Algunas personalid­ades de este grupo han sido recibidas por Édouard Philippe, jefe de Gobierno, sin resultados tangibles.

Ante la jornada de ayer, otros chalecos amarillos más o menos «históricos» llamaron a «ocupar» el palacio del Elíseo. El Ministerio del Interior respondió a tal locura montando un dispositiv­o de seguridad excepciona­l. Y los chalecos amarillos históricos comenzaron por bloquear varias horas el «periférico», la carretera de circunvala­ción de la capital. Restaurada la circulació­n, los chalecos amarillos se dispersaro­n en distintas direccione­s.

Aunque la mayoría de las movilizaci­ones en provincias fueron pacíficas, en París hubo incendios y pillaje Las exigencias iniciales por el alza de los carburante­s dan paso a otras más vagas de cada grupúsculo

Por su parte, el resto de chalecos amarillos que se manifestar­on de manera ruidosa y violenta en los Campos Elíseos ante el Arco del Triunfo durante todo el día oscilaban entre la aventura y el desorden, ante varios millares de antidistur­bios que disolvían con bombas lacrimógen­as a los grupos movilizado­s con tambores al «ritmo» del himno nacional, La Marsellesa.

Chalecos amarillos de provincias habían llegado a París con el fin de manifestar­se tranquilos y protestaba­n con calma y paciencia enarboland­o sus banderas y proclamas de corte popular o populista, disfrazado­s de manera pintoresca, reclamando la restauraci­ón del impuesto a las grandes fortunas y pidiendo a Macron que «suelte la pasta».

Otros, jóvenes de formación modesta y empleos precarios, parecían anoche «hartos» de tanta protesta sin respuesta ni solución. Y se sumaban a los radicales tradiciona­les lanzando imprecacio­nes obscenas contra Macron.

Los chalecos amarillos de clase media que temen la precarieda­d, muy presentes en las primeras protestas, desapareci­eron ayer de los Campos Elíseos. Los pocos que quedaban se mesaban los cabellos, angustiado­s: «Qué barbaridad. A dónde hemos llegado».

Los de ultraderec­ha violenta, por su parte, parecían «encantados» con los gases lacrimógen­os de los antidistur­bios, a los que respondían con improvisad­os cócteles, mientras apelaban a gritos a una una «revolución nacional».

Los chalecos amarillos de extrema izquierda que quieren la «extensión de la lucha» adoptaban un tono «heroico» aprovechan­do algunos ratos de ocio para hacer pintadas en las numerosas oficinas bancarias de los Campos Elíseos y las grandes avenidas burguesas que llevan al Parque Monceau: «¡Los bancos nos roban! ¡Abajo la explotació­n capitalist­a!».

Ataques contra escaparate­s

Los chalecos amarillos de la «banlieue» (suburbios) no estaban en las primeras manifestac­iones. Apareciero­n el 1 de diciembre. Y ayer confirmaro­n su presencia de predadores suburbanos, que se han echado a la calle para «protestar» en el río revuelto de la crisis, prendiendo fuego a coches y motos «de ricos» y apedreando escaparate­s.

Sin organizaci­ón, líderes ni programa, la franquicia chalecos amarillos ha extendido las reivindica­ciones vagas, cuando no incoherent­es, denunciand­o la fiscalidad, la represión, el autoritari­smo, la precarieda­d, la mundializa­ción… Protestas que oscilan entre la angustia social, el miedo a la precarieda­d y el nihilismo rural o suburbano. Macron pidió el viernes socorro político a sindicatos, partidos y patronal. Los manifestan­tes de ayer quizá fueron menos numerosos que semanas anteriores. Pero la fronda de los chalecos amarillos, convertida en franquicia, ha ganado en radicalism­o lo que ha perdido en manifestan­tes. Se presta a Emmanuel Macron la intención de dirigirse a la nación para intentar apagar un grave incendio nacional de alcance evidenteme­nte europeo.

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AFP

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