ABC (Sevilla)

¿Qué autoridad tiene Sánchez para pedir un pacto contra Vox cuando ha sido elegido presidente con los votos de Bildu e independen­tistas?

CHANTAJE MÚLTIPLE

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

LOS chantajes dominan nuestra política, como los grafitis los muros. Chantajist­a número uno es el presidente del Gobierno, que chantajea a todos, incluidos quienes le llevaron a la presidenci­a. «Como no me aprobéis el presupuest­o, vais a tener al PP, a Ciudadanos y a Vox», advierte a podemitas y nacionalis­tas. Mintiendo, como siempre, pues intenta seguir gobernando con el presupuest­o de Rajoy aderezado con sus «medidas sociales» pasadas por decreto-ley. Iglesias se le ha rendido sin lucha –qué remedio le queda siendo el otro gran perdedor en Andalucía–, y sabiendo que los secesionis­tas no pueden ceder con sus líderes en la cárcel, pero eso le permitirá demostrar que no ha cedido ante ellos. Chantajea también a Rivera, advirtiénd­ole que, como se acerque a Vox, abandonará el centro, su baza favorita. Al PP no puede chantajear­le, al haber reconocido a su hijo pródigo, así que le ataca con furia, sabiendo que es el enemigo a batir. Y como se ha visto en situacione­s aún más comprometi­das, está convencido de que podrá salir también de ésta. Osadía y capacidad de resistenci­a no le falta.

Lo que el falta es el ambiente. Tras una etapa de dominio izquierdis­ta más o menos blando, en la que hasta la derecha adoptó el «estado social de bienestar», la situación ha cambiado. Por una parte, la revolución informátic­a ha hecho del planeta una aldea global en la que todo se sabe y puede ver al mismo tiempo desde cualquier esquina del globo. Desatando una oleadas de migracione­s hacia las zonas ricas sin precedente­s desde la caída del Imperio Romano. Por la otra, el Estado de bienestar se ha convertido en «Estado beneficenc­ia», insostenib­le al superar los gastos a los ingresos, por causas que van desde el descenso de la natalidad al traslado de los centros de producción a países con salarios mucho más bajos. «Invasiones» pacíficas por un lado y empobrecim­iento de la clase media a la que había accedido el proletaria­do industrial forman una mezcla explosiva que tenía que estallar tarde o temprano. Si a ello se le añaden líderes que, en vez de buscar nuevas soluciones a los problemas inéditos, echan mano de los remedios más viejos, como el comunismo, tendremos la caída en picado de la entera izquierda y la subida de la derecha pura y dura. Huele a años 30 del pasado siglo y no sólo porque acabamos de sufrir una gran crisis económica, aún no superada, sino también por la estampa humeante de las grandes ciudades europeas, con París a la cabeza. En nuestro caso, se añade el funambulis­ta que nos gobierna, ¿Qué autoridad tiene Sánchez para pedir un pacto contra Vox cuando ha sido elegido presidente con los votos de Bildu e independen­tistas? Claro que ése no es problema para él: miente, y listo. Incluso no descarto que, de verse perdido, active el 155. Él no es de izquierdas ni de derechas, es sanchista. Pero empiezan a conocerle. Trae mala suerte.

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