QUE VIENE EL LOBO
CON independencia de lo que pase al final y de cómo quede configurado el Gobierno andaluz, lo que de momento está claro es que se han acabado la resignación y la rutina políticas y que a partir de ahora todo va a ser radicalmente distinto. A nivel autonómico, la suerte, para bien o para mal, está echada y ahora le toca el turno a unos ayuntamientos que van a tener que jugar su partida electoral con nuevas cartas y nuevas reglas. Analizando la situación de Sevilla capital y extrapolando con todas las reservas los resultados de las andaluzas, mi colega y sin embargo amigo Eduardo Barba titulaba el otro día su crónica con una frase certera: «Se acabó la siesta de Espadas». En efecto, la aparición de nuevas fuerzas políticas y el cambio radical de la situación, que abre perspectivas insospechadas y mosqueantes combinaciones matemáticas que podrían desbancarlo del sillón de los pirindolos gordos en favor de un PP menguante o un CS creciente según soplen los vientos, obligan al alcalde a cambiar el chip, abandonar la molicie, olvidar su máxima de no hacer nada para no hacer tonterías y acometer en seis meses todo lo que en tres años y medio había ido dejando para mañana en una obstinada actitud de procrastinación, impresentable en cualquier gobernante que se precie. Susana se pasó media campaña electoral agitando el fantasma del miedo y gritando histérica «que viene el lobo», tanto que al final vino y de una dentellada que condensa el hastío irrefrenable de muchos andaluces, se ha tragado entero un kiosco que los socialistas llevaban cuarenta años regentando en régimen de monopolio. En el cotarro municipal, súbitamente soliviantado por la previsible irrupción de Vox y sus impredecibles consecuencias, Espadas tiene en sus manos no repetir tan lamentable error y la obligación de no seguir cabreando a los sevillanos con su nihilismo autocomplaciente.