ABC (Sevilla)

«Con el paraguas no puede pasar»

Los agentes realizaron cacheos intensivos a los aficionado­s antes de acceder al campo

- ENRIQUE YUNTA MADRID

Tal era el respeto, disparada la alarma desde que se apostó por el Santiago Bernabéu, que hubo quien incluso bromeaba ante una sobremesa de lo más tranquila. «Hay más ambiente en el Leganés-Getafe del pasado viernes que aquí», se escuchó en plena Castellana, obviamente con acento netamente español ese comentario. Porque lo cierto es que el River-Boca más largo de la historia tuvo una jornada mayoritari­amente pacífica, incluso sosa hasta que empezó a caer el sol en la capital. Con las zonas de los hinchas bien separadas (Boca, en Raimundo Fernández Villaverde; River, entre Cuzco y plaza Castilla), se paseaba a pie felizmente y sin tráfico por una de las vías más transcurri­das de la ciudad, una alegría en estos tiempos de intolerabl­es atascos y prohibicio­nes. Lo dicho, paz y calma, pero sin margen para la confianza.

Lo más llamativo de la jornada, sin duda, fue comprobar el brutal dispositiv­o de seguridad. Había policías por todas partes, e incluso dos tanques amenazaban en los extremos de la Castellana. Desfilaban los agentes de caballería y a ningún aficionado argentino se le ocurría soltar algún grito de más. Cánticos, manos sueltas para alentar, bailes y poco más. Eso sí, en cada verso un recuerdo para el enemigo, que en eso son maestros.

La organizaci­ón dispuso de tres anillos de seguridad, pero realmente se accedía sin demasiados problemas al recinto. Una vez se acercaba el personal al Bernabéu, la cosa ya se ponía más seria. Obviamente, había que presentar la acreditaci­ón (en el caso de la Prensa) o las entradas de turno para aproximars­e a los accesos de Concha Espina y Padre Damián, qué menos, pero a cuatro horas del inicio se accedía sin ningún problema.

Las puertas de Chamartín se abrieron tres horas antes y los más inquietos fueron tomando asiento una vez salvados los controles. Ahí ya sí que no hubo concesione­s y se cacheó a todos los hinchas, obligándol­es a abrir bolsos o mochilas, a agacharse (por si llevaban algún artefacto en el cuerpo) y a levantarse la sudadera o el jersey. Todos los palos de banderas eran requisados y también los paraguas, extraña tradición argentina esa de llevarlos al campo como si fueran bufandas o banderas. «Lo siento, pero el paraguas no puede pasar», se justificab­a un agente de la seguridad privada del club.

Ya dentro, ruido y fútbol, gritos y lamentos. Por fin se jugó la final de todos los tiempos.

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