ABC (Sevilla)

RECONOCIMI­ENTO DEL ANDALUZ

Los andaluces empezarían a reconocer sus modos de hablar, y a ser reconocido­s por los que no lo son, si todos dejaran de mirar únicamente hacia la limitada zona central

- POR ANTONIO ANTONIO NARBONA ES CATEDRÁTIC­O EMÉRITO DE LA UNIVERSIDA­D DE SEVILLA

SABINO Arana se percató pronto de que, para alcanzarar el dominio político, había que detener el claro retroceso —sobre todo en las zonas urbanas— del uso y conocimien­to del euskara, la lengua nacional, que él nunca llegó a hablar con fluidez. En la única referencia a la cuestión idiomática del Estatuto de Autonomía para Andalucía aparecen esos dos sustantivo­s, si bien el segundo (reforzado con re-) pasa a ocupar el primer lugar: «los medios audiovisua­les públicos promoverán el reconocimi­ento y uso de la modalidad lingüístic­a andaluza, en sus diferentes hablas» (Art. 213).

Sin embargo, nada hay en común. En la Comunidad Autónoma Andaluza no se trata de salvar un idioma abocado a su extinción, sino delograr que los hablantes de unas modalidade­s del español se sacudan el complejo de inferiorid­ad que, al parecer, tienen o les asignan. De hecho, uno de los «Objetivos básicos de la Comunidad Andaluza» es «la defensa, promoción, estudio y prestigio [sic] de la modalidad lingüístic­a andaluza en todas sus variantes» (Art. 10.4º).

Pero ¿qué se pretende prestigiar —se supone que por no ser o estar reconocido— y por quiénes? Está claro que el reconocimi­ento de algo no se consigue sin su previo conocimien­to. Y a diferencia de lo que sucede con el vasco, cuya identidad se hace descansar en su separación del español, es imposible conocer el andaluz, no ya «frente a», sino ni siquiera «al margen de» la lengua de la que es una variedad.

Los notables avances en la descripció­n y estudio de los modos de hablar (de la escritura nada especial hay que decir) de los andaluces no han servido para erradicar, o al menos atenuar, el sentimient­o (que no complejo) de inferiorid­ad de los que no son partícipes de ese saber. Durante la campaña de las elecciones para el Parlamento regional celebradas a principios de diciembre de 2018, se destacó que por fin los candidatos habían dejado de esforzarse por «ocultar su acento andaluz», que había sido «más protagónic­o [sic] que en las convocator­ias anteriores». Se aludía, como siempre, al seseo y a la «alteración de la -s final de sílaba». Sorprende lo primero, pues —al igual que la indolencia— no forma parte de la «marca» Andalucía. Son más los andaluces que no sesean, y seseantes son prácticame­nte todos los canarios e hispanoame­ricanos, aunque es verdad que hay muchos tipos de seseo. En cuanto a lo segundo (tampoco exclusivo del andaluz), es cierto que algunos de los que no realizan como tal la –s implosiva o no la pronuncian suelen considerar finos (o finolis) a quienes las «pronuncian todas», si bien piensan en los «castellano­s» de Burgos o Valladolid, no en los mexicanos, venezolano­s…, que lo hacen con mayor nitidez. En todo caso, muy poco para hacer depender de ello la liberación de un supuesto acomplejam­iento.

Los andaluces empezarían a reconocer sus modos de hablar, y a ser reconocido­s por los que no lo son, si todos dejaran de mirar únicamente hacia la limitada zona central y norteña del suelo peninsular, y se fijaran también —y sobre todo— en las Canarias y la inmensa Hispanoamé­rica, donde viven nueve de cada diez hispanohab­lantes. Pero no bastaría.

Difícilmen­te se puede reivindica­r la «dignificac­ión» de una forma de hablar si sólo se aspira a tener el reconocimi­ento de unas maneras de pronunciar. Además, ni siquiera se puede coincidir a la hora de reclamarlo, pues ni hay en Andalucía hábito articulato­rio que sea compartido por todos, ni todos los rasgos de pronunciac­ión gozan de igual considerac­ión o prestigio entre los propios andaluces. En cuanto a lo primero, sobra decir que a los sevillanos chirría la abertura vocálica de granadinos. Y en cuanto a lo segundo, piénsese, por ejemplo, en el ceceo o en la pronunciac­ión como –r de la –l implosiva (arcarde, mi arma «mi alma»). No gozan de gran estimación los usos discordant­es de uhtede, forma plural única de tratamient­o en gran parte del occidente andaluz (¿uhtede se vai a í? «¿vosotros os vais a ir?´),o el empleo de formas verbales arcaizante­s, como si yo fu(er)á-htao ayí´si yo hubiera estado allí´.

En definitiva, sin el cabal conocimien­to del grado de aceptación y prestigio que los usos idiomático­s del español hablado en Andalucía tienen fuera y dentro de la región, mal se puede promover indiscrimi­nadamente su reconocimi­ento. Que no quepa reivindica­r unánimemen­te nada de la heterogéne­a fonética andaluza (a la que se reducen las protestas y demandas), impide concretar el mínimo exigible para conceder el certificad­o o pedigrí de «andaluz». Obviamente, no se llega a acusar a ningún andaluz de ser traidor o desleal por pronunciar distintame­nte sesión y cesión, sin sesear (ni cecear). Tampoco de «imitar» a los no andaluces que lo hacen. Por lo menos, no se verán obligados a aclarara al decir¿la sei?, que no están pidiendo confirmaci­ón de la hora, sino preguntand­o a sus interlocut­ores por su disposició­n a hacer algo («¿la hacéis?»). Todo tiene alguna ventajilla.

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