RECONOCIMIENTO DEL ANDALUZ
Los andaluces empezarían a reconocer sus modos de hablar, y a ser reconocidos por los que no lo son, si todos dejaran de mirar únicamente hacia la limitada zona central
SABINO Arana se percató pronto de que, para alcanzarar el dominio político, había que detener el claro retroceso —sobre todo en las zonas urbanas— del uso y conocimiento del euskara, la lengua nacional, que él nunca llegó a hablar con fluidez. En la única referencia a la cuestión idiomática del Estatuto de Autonomía para Andalucía aparecen esos dos sustantivos, si bien el segundo (reforzado con re-) pasa a ocupar el primer lugar: «los medios audiovisuales públicos promoverán el reconocimiento y uso de la modalidad lingüística andaluza, en sus diferentes hablas» (Art. 213).
Sin embargo, nada hay en común. En la Comunidad Autónoma Andaluza no se trata de salvar un idioma abocado a su extinción, sino delograr que los hablantes de unas modalidades del español se sacudan el complejo de inferioridad que, al parecer, tienen o les asignan. De hecho, uno de los «Objetivos básicos de la Comunidad Andaluza» es «la defensa, promoción, estudio y prestigio [sic] de la modalidad lingüística andaluza en todas sus variantes» (Art. 10.4º).
Pero ¿qué se pretende prestigiar —se supone que por no ser o estar reconocido— y por quiénes? Está claro que el reconocimiento de algo no se consigue sin su previo conocimiento. Y a diferencia de lo que sucede con el vasco, cuya identidad se hace descansar en su separación del español, es imposible conocer el andaluz, no ya «frente a», sino ni siquiera «al margen de» la lengua de la que es una variedad.
Los notables avances en la descripción y estudio de los modos de hablar (de la escritura nada especial hay que decir) de los andaluces no han servido para erradicar, o al menos atenuar, el sentimiento (que no complejo) de inferioridad de los que no son partícipes de ese saber. Durante la campaña de las elecciones para el Parlamento regional celebradas a principios de diciembre de 2018, se destacó que por fin los candidatos habían dejado de esforzarse por «ocultar su acento andaluz», que había sido «más protagónico [sic] que en las convocatorias anteriores». Se aludía, como siempre, al seseo y a la «alteración de la -s final de sílaba». Sorprende lo primero, pues —al igual que la indolencia— no forma parte de la «marca» Andalucía. Son más los andaluces que no sesean, y seseantes son prácticamente todos los canarios e hispanoamericanos, aunque es verdad que hay muchos tipos de seseo. En cuanto a lo segundo (tampoco exclusivo del andaluz), es cierto que algunos de los que no realizan como tal la –s implosiva o no la pronuncian suelen considerar finos (o finolis) a quienes las «pronuncian todas», si bien piensan en los «castellanos» de Burgos o Valladolid, no en los mexicanos, venezolanos…, que lo hacen con mayor nitidez. En todo caso, muy poco para hacer depender de ello la liberación de un supuesto acomplejamiento.
Los andaluces empezarían a reconocer sus modos de hablar, y a ser reconocidos por los que no lo son, si todos dejaran de mirar únicamente hacia la limitada zona central y norteña del suelo peninsular, y se fijaran también —y sobre todo— en las Canarias y la inmensa Hispanoamérica, donde viven nueve de cada diez hispanohablantes. Pero no bastaría.
Difícilmente se puede reivindicar la «dignificación» de una forma de hablar si sólo se aspira a tener el reconocimiento de unas maneras de pronunciar. Además, ni siquiera se puede coincidir a la hora de reclamarlo, pues ni hay en Andalucía hábito articulatorio que sea compartido por todos, ni todos los rasgos de pronunciación gozan de igual consideración o prestigio entre los propios andaluces. En cuanto a lo primero, sobra decir que a los sevillanos chirría la abertura vocálica de granadinos. Y en cuanto a lo segundo, piénsese, por ejemplo, en el ceceo o en la pronunciación como –r de la –l implosiva (arcarde, mi arma «mi alma»). No gozan de gran estimación los usos discordantes de uhtede, forma plural única de tratamiento en gran parte del occidente andaluz (¿uhtede se vai a í? «¿vosotros os vais a ir?´),o el empleo de formas verbales arcaizantes, como si yo fu(er)á-htao ayí´si yo hubiera estado allí´.
En definitiva, sin el cabal conocimiento del grado de aceptación y prestigio que los usos idiomáticos del español hablado en Andalucía tienen fuera y dentro de la región, mal se puede promover indiscriminadamente su reconocimiento. Que no quepa reivindicar unánimemente nada de la heterogénea fonética andaluza (a la que se reducen las protestas y demandas), impide concretar el mínimo exigible para conceder el certificado o pedigrí de «andaluz». Obviamente, no se llega a acusar a ningún andaluz de ser traidor o desleal por pronunciar distintamente sesión y cesión, sin sesear (ni cecear). Tampoco de «imitar» a los no andaluces que lo hacen. Por lo menos, no se verán obligados a aclarara al decir¿la sei?, que no están pidiendo confirmación de la hora, sino preguntando a sus interlocutores por su disposición a hacer algo («¿la hacéis?»). Todo tiene alguna ventajilla.