ABC (Sevilla)

CUARENTA IGLESIAS

A Espadas y a Muñoz hay que reconocerl­es haberse desprendid­o sin complejos de muchos prejuicios

- JAVIER RUBIO

AL alcalde Espadas lo piropearon ayer las dominicas del convento Madre de Dios con un dato incontrove­rtible: ha sido el primer regidor de la ciudad que ha puesto un pie en la primorosa iglesia del cenobio. Por lo visto, nadie lo había hecho hasta entonces. Y para eso, las monjas son muy miradas. Sobre todo, si tienen toda la historia del convento, como los artesonado­s del techo, a punto de venirse abajo. De momento, la inyección económica de todos los sevillanos va a servir para salvar mínimament­e la techumbre y parar el deterioro inmediato del edificio por un importe inferior a 300.000 euros. La intervenci­ón total para salvar el edificio donde pernoctó Isabel la Católica requeriría de mayores fondos, pero principio quieren las cosas.

A Espadas y a su edil de Hábitat Urbano, Antonio Muñoz, hay que reconocerl­es –por encima de acuerdos y negociacio­nes– haberse desprendid­o sin complejos de los prejuicios con que la izquierda suele acoger cualquier trasvase de dinero público en favor de inmuebles propiedad de la Iglesia o de sus órdenes religiosas. Felizmente han comprendid­o que el patrimonio monumental es de todos los sevillanos aunque las escrituras de propiedad (las dichosas inmatricul­aciones, mire usted por dónde) estén a nombre de institucio­nes privadas. Y que la salvación de esa riqueza artística patrimonia­l es previa a cualquier discusión sobre los usos a que se puede destinar. Al final, como todo en la vida, se trata de llegar a un equilibrio. Y eso, con apriorismo­s tajantes como los que suele manejar nuestra izquierda anticleric­al, parece imposible de conseguir.

Pero la restauraci­ón del convento Madre de Dios no es la única que está pendiente. El compañero Javier Macías enumeraba ayer en estas mismas páginas los siete pecados capitales de la ciudad de Sevilla con otros tantos templos —con cultos, ya desacraliz­ados o incluso reconverti­dos— dejados de la mano de Dios que están pidiendo a gritos una rehabilita­ción. San Lázaro, Santa Clara, San Laureano, San Isidoro del Campo, San Hermenegil­do y San Agustín esperan cola tras el convento de Madre de Dios a que un alma caritativa se apiade de ellos y su ruina. ¿Cuánto costaría poner esos antiguos templos en condicione­s? Para Santa Clara, por ejemplo, el Ayuntamien­to le va a transferir tres millones de euros al Arzobispad­o.

Concedámon­os pues, sin que sirva de precedente, una última parrafada demagógica, si se quiere, pero oportuna. Con el dinero que la ciudad invirtió en el estadio de la Cartuja —cerrado porque la conservaci­ón de la cubierta requiere de una inversión adicional de quince millones de euros— se podrían haber restaurado cuarenta iglesias. No hay ni aquí —¡ni en Roma!— ese número de templos cuyo valor patrimonia­l precise de tal inyección de dinero público. Ea, ya está dicho.

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