SOBRE LA FAMILIA
El tiempo libre ha dejado de serlo porque lo ocupamos con obligaciones autoimpuestas, para nosotros y para nuestros hijos, con quienes apenas nos rozamos durante la semana
CUANDO escribo estas líneas, no sé aún qué medidas concretas tomará el nuevo Gobierno andaluz para apoyar a las familias, y si éstas se concretarán en la creación de una Consejería, como ha pactado Vox con el PP. Lo que sí sé, o sospecho, es que no será fácil lograr que lleguen a dar resultado. Porque no son solo las administraciones las que en los últimos años se han mostrado reacias a promover la institución familiar. Es también el mercado y todo un ambiente social el que opone resistencia a las relaciones familiares, quizás no explícitamente, pero sí muy efectivamente. Basta con examinar nuestras propias ideas, para darnos cuenta hasta qué punto hemos interiorizado convicciones que son un freno o un obstáculo para la vida familiar. A continuación, me refiero a cinco de ellas. Cinco argumentos del storytelling dominante que socavan la prioridad de las familias en nuestras vidas: La sublimación de la realización profesional. Los héroes de las series que vemos son frecuentemente personajes que lo sacrifican todo por su vocación profesional, y en ese «todo» está naturalmente la familia. Dicho de otra forma, hay un nuevo idealismo que casi siempre es laboral y excluyente de la familia. Pero no solo está en el cine y en las series, sino a pie de calle. Hemos asumido que no podemos permitirnos sacrificar nuestra carrera por la familia, sin plantearnos la cuestión en los términos contrarios: si merece la pena abandonar la familia por el trabajo. Hay todo un relato que encumbra la realización profesional y del que se deriva la sublimación del entorno laboral como espacio de realización y disfrute personal. Estamos desapareciendo de nuestros hogares, porque la oficina es el nuevo hogar donde aspiramos a realizarnos.
El nomadismo y la movilidad. El desplazamiento del escenario de la felicidad hacia el entorno profesional ha ido acompañado de un discurso entusiasta del nomadismo vital, y contrario a la estabilidad laboral. Las empresas priorizan los currículos de los ejecutivos que «se han movido mucho» y que están dispuestos a seguir haciéndolo en el futuro. Pero lo que se oculta es que la movilidad profesional perjudica la estabilidad familiar, sobre todo cuando en la pareja no hay
un miembro dispuesto a sacrificar la vida laboral. Paralelamente, el feminismo, y con razón, reclama el derecho de la mujer a una vida profesional plena y en condiciones de igualdad con el hombre. La legitimación de la precarización del empleo (en forma de emprendimiento). Cuando acabé la carrera, mi principal objetivo vital era encontrar un trabajo que me permitiera independizarme y fundar un hogar con mi pareja. Suena muy poco cool, pero es así. Y confieso que con tal de lograrlo no me hubiera importado siquiera dedicarme a algo diferente a lo que estudié. En cambio, hoy, por la vía de la realización personal a través del trabajo, se está inoculando a los jóvenes la convicción contraria: la de que toda espera merece la pena, y no deben desfallecer hasta encontrar un trabajo que les haga vibrar y que sea su verdadero propósito en la vida. Un trabajo que sea el producto de su propio emprendimiento, aunque no les dé siquiera de comer. La sentimentalización del consumo. Se le llama «experiencia», y es lo que hoy nos venden (abiertamente) todas las marcas. Ya no es el producto, sino la experiencia, que además caduca en seguida. Hay un verdadero desplazamiento de la emoción desde las relaciones personales hacia el contacto con los productos. Yo me enamoro de un vino y tú te enamoras de un bolso. Y así estamos: regalándonos experiencias continuamente. El síndrome de la agenda
llena. No hay nada más trendy que no tener tiempo para nada. El tiempo libre ha dejado de serlo porque lo ocupamos con obligaciones autoimpuestas, para nosotros y por supuesto para nuestros hijos, con quienes apenas nos rozamos durante la semana. El horror vacui se apodera de nuestras vidas, y el cada vez más escaso tiempo compartido en familia lo acabamos viviendo como una pesadilla.
En suma, mantener ambientes familiares estables donde se priorizan las relaciones personales y la educación de los hijos ha dejado de formar parte del «bienpensar» de nuestro tiempo. Quizás detrás de todas estas causas anteriormente enumeradas, hay una más sencilla y de fondo que es el egoísmo individual y la falta de transcendencia. Antes vivíamos por un propósito que sentíamos que nos superaba y que nos hacía pensar en el después de nosotros. Para una inmensa mayoría de personas, ese propósito eran nuestros hijos y nuestra familia. Ahora vivimos por un propósito fundamental que es nuestro propio ego. Un propósito que nos ata al aquí y ahora, perjudicando las relaciones que suponen sacrificio individual y aplazamiento de la recompensa a un momento que probablemente no lleguemos a ver. MIGUEL ÁNGEL ROBLES ES CONSULTOR Y PERIODISTA