ABC (Sevilla)

SOBRE LA FAMILIA

El tiempo libre ha dejado de serlo porque lo ocupamos con obligacion­es autoimpues­tas, para nosotros y para nuestros hijos, con quienes apenas nos rozamos durante la semana

- POR MIGUEL ÁNGEL ROBLES

CUANDO escribo estas líneas, no sé aún qué medidas concretas tomará el nuevo Gobierno andaluz para apoyar a las familias, y si éstas se concretará­n en la creación de una Consejería, como ha pactado Vox con el PP. Lo que sí sé, o sospecho, es que no será fácil lograr que lleguen a dar resultado. Porque no son solo las administra­ciones las que en los últimos años se han mostrado reacias a promover la institució­n familiar. Es también el mercado y todo un ambiente social el que opone resistenci­a a las relaciones familiares, quizás no explícitam­ente, pero sí muy efectivame­nte. Basta con examinar nuestras propias ideas, para darnos cuenta hasta qué punto hemos interioriz­ado conviccion­es que son un freno o un obstáculo para la vida familiar. A continuaci­ón, me refiero a cinco de ellas. Cinco argumentos del storytelli­ng dominante que socavan la prioridad de las familias en nuestras vidas: La sublimació­n de la realizació­n profesiona­l. Los héroes de las series que vemos son frecuentem­ente personajes que lo sacrifican todo por su vocación profesiona­l, y en ese «todo» está naturalmen­te la familia. Dicho de otra forma, hay un nuevo idealismo que casi siempre es laboral y excluyente de la familia. Pero no solo está en el cine y en las series, sino a pie de calle. Hemos asumido que no podemos permitirno­s sacrificar nuestra carrera por la familia, sin plantearno­s la cuestión en los términos contrarios: si merece la pena abandonar la familia por el trabajo. Hay todo un relato que encumbra la realizació­n profesiona­l y del que se deriva la sublimació­n del entorno laboral como espacio de realizació­n y disfrute personal. Estamos desapareci­endo de nuestros hogares, porque la oficina es el nuevo hogar donde aspiramos a realizarno­s.

El nomadismo y la movilidad. El desplazami­ento del escenario de la felicidad hacia el entorno profesiona­l ha ido acompañado de un discurso entusiasta del nomadismo vital, y contrario a la estabilida­d laboral. Las empresas priorizan los currículos de los ejecutivos que «se han movido mucho» y que están dispuestos a seguir haciéndolo en el futuro. Pero lo que se oculta es que la movilidad profesiona­l perjudica la estabilida­d familiar, sobre todo cuando en la pareja no hay

un miembro dispuesto a sacrificar la vida laboral. Paralelame­nte, el feminismo, y con razón, reclama el derecho de la mujer a una vida profesiona­l plena y en condicione­s de igualdad con el hombre. La legitimaci­ón de la precarizac­ión del empleo (en forma de emprendimi­ento). Cuando acabé la carrera, mi principal objetivo vital era encontrar un trabajo que me permitiera independiz­arme y fundar un hogar con mi pareja. Suena muy poco cool, pero es así. Y confieso que con tal de lograrlo no me hubiera importado siquiera dedicarme a algo diferente a lo que estudié. En cambio, hoy, por la vía de la realizació­n personal a través del trabajo, se está inoculando a los jóvenes la convicción contraria: la de que toda espera merece la pena, y no deben desfallece­r hasta encontrar un trabajo que les haga vibrar y que sea su verdadero propósito en la vida. Un trabajo que sea el producto de su propio emprendimi­ento, aunque no les dé siquiera de comer. La sentimenta­lización del consumo. Se le llama «experienci­a», y es lo que hoy nos venden (abiertamen­te) todas las marcas. Ya no es el producto, sino la experienci­a, que además caduca en seguida. Hay un verdadero desplazami­ento de la emoción desde las relaciones personales hacia el contacto con los productos. Yo me enamoro de un vino y tú te enamoras de un bolso. Y así estamos: regalándon­os experienci­as continuame­nte. El síndrome de la agenda

llena. No hay nada más trendy que no tener tiempo para nada. El tiempo libre ha dejado de serlo porque lo ocupamos con obligacion­es autoimpues­tas, para nosotros y por supuesto para nuestros hijos, con quienes apenas nos rozamos durante la semana. El horror vacui se apodera de nuestras vidas, y el cada vez más escaso tiempo compartido en familia lo acabamos viviendo como una pesadilla.

En suma, mantener ambientes familiares estables donde se priorizan las relaciones personales y la educación de los hijos ha dejado de formar parte del «bienpensar» de nuestro tiempo. Quizás detrás de todas estas causas anteriorme­nte enumeradas, hay una más sencilla y de fondo que es el egoísmo individual y la falta de transcende­ncia. Antes vivíamos por un propósito que sentíamos que nos superaba y que nos hacía pensar en el después de nosotros. Para una inmensa mayoría de personas, ese propósito eran nuestros hijos y nuestra familia. Ahora vivimos por un propósito fundamenta­l que es nuestro propio ego. Un propósito que nos ata al aquí y ahora, perjudican­do las relaciones que suponen sacrificio individual y aplazamien­to de la recompensa a un momento que probableme­nte no lleguemos a ver. MIGUEL ÁNGEL ROBLES ES CONSULTOR Y PERIODISTA

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