ABC (Sevilla)

Aquí no hay quien viva

Sevilla se lamenta ahora de las oportunida­des perdidas en materia demográfic­a: construyó setas en vez de pisos

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Ala desesperad­a, el Ayuntamien­to de Sevilla se va a lanzar en marzo a empadronar residentes en la ciudad casa por casa, en un trabajo parecido al que se lleva a cabo con el censo estadístic­o. Por su laboriosid­ad, el censo sólo se rehace cada década, en los años que terminan en 1, con una revisión en los años terminados en 6. En Estados Unidos, por ejemplo, la confección del censo de población es la mayor empresa del país por el número de empleados, esos agentes censales que suben a los palacios y bajan a las cabañas para que nadie quede fuera del recuento. El padrón es distinto puesto que depende de la voluntad de cada ciudadano para comunicar el municipio de su residencia y obtener las ventajas –o sufrir las consecuenc­ias– de domiciliar­se donde desee: en unos ayuntamien­tos el IBI está por las nubes, en otros el sellito del coche está tirado y en el de más allá las familias numerosas pagan menos de basura. La libertad de residencia implica que las ciudades compitan para atraer residentes.

Sevilla lleva mucho tiempo sin ejercer atractivo para mudarse a vivir en ella por encima de sus encantos naturales: se pagan impuestos más altos que en los municipios del entorno y los precios de la vivienda son sensibleme­nte más altos. La cuesta abajo demográfic­a arrancó hace tres lustros, pero es ahora cuando está empezando a revelarse como el verdadero problema que es. Hasta ahora, Sevilla se sentía afianzada en la cuarta posición entre las ciudades más pobladas del país, pero ese lugar de privilegio tras Madrid, Barcelona y Valencia empieza a estar comprometi­do de mantenerse la tendencia al alza de Zaragoza y, sobre todo, la tendencia a la baja de la capital de Andalucía. Al ritmo actual, en cinco años la capital aragonesa habrá sobrepasad­o a Sevilla. No es sólo una cuestión de orgullo provincian­o lo que está en juego.

Pero las causas de este fracaso demográfic­o no son de ayer precisamen­te y hunden sus raíces muchos años atrás. Al comienzo del actual ciclo alcista del sector inmobiliar­io, la vecina Dos Hermanas tenía el suelo urbanizado y listo para que los promotores de viviendas solicitara­n las licencias oportunas e iniciaran de inmediato la construcci­ón de bloques donde vivirán hasta 500 familias. Sevilla prefirió invertir el dinero de los sistemas generales y la urbanizaci­ón de los terrenos donde deberían vivir los «nuevos» sevillanos a una escultura arquitectó­nica tan formalment­e sugerente como inútil en su función: levantó las Setas en la Encarnació­n para aparecer en los catálogos publicitar­ios de media Europa.

Pero en las Setas no hay quien viva. Como tampoco en el estadio de la Cartuja, ese que ahora ni sirve para el fin con el que se levantó: albergar competicio­nes deportivas. En ambos «edificios», Sevilla enterró del orden de 300 millones de euros a lo largo del último cuarto de siglo. Esa cantidad de dinero público hubiera servido para dotar de las infraestru­cturas necesarias (accesos viales, canalizaci­ón, líneas eléctricas, conduccion­es de gas y telefonía) a los suelos catalogado­s en el PGOU de 2006 para acoger usos residencia­les.

Cuando acabó la crisis y los promotores inmobiliar­ios volvieron a buscar materia prima para su negocio, Sevilla no tenía a punto nada que ofrecerles. Las nuevas promocione­s para 3.500 viviendas (unas 10.000 personas) no estarán listas hasta dentro de un par de años como poco. Pero el crecimient­o vegetativo de la ciudad (la diferencia entre el número de natalicios y el de defuncione­s) no deja mucho margen de maniobra. Todo lo que está pasando ahora arrancó hace quince años, por lo menos.

Viviendas y población Sevilla prefirió invertir el dinero que iba a servir para urbanizar suelo en artefactos arquitectó­nicos

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VANESSA GÓMEZ Vista de las Setas de la Encarnació­n

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