ABC (Sevilla)

GULAGS CHINOS, SILENCIO DEL ISLAM

En este momento, la civilizaci­ón uigur, vestigio de la epopeya turca en Asia Central, muere definitiva­mente ante la mayor indiferenc­ia mundial

- POR GUY SORMAN

Dentro de diez o veinte años surgirá del centro de China un destacado escritor, al estilo de Alexander Solzhenits­yn, que contará al mundo lo que fue el gulag uigur. Si hablamos de su precedente soviético, parece que solo la literatura y quizá el cine (pienso en la película de Coppola sobre la guerra de Vietnam, Apocalypse Now) logran dar cuenta del horror de los campamento­s y espolear la conciencia occidental. Sin embargo, no es precisamen­te informació­n exacta sobre el gulag uigur lo que nos falta en este momento; de igual manera, en la década de 1950, por medio de los testimonio­s y las fotografía­s, podíamos saberlo todo sobre el gulag soviético, mientras que la novela de Solzhenits­yn sobre el tema, Archipiéla­go Gulag, no nos llegó hasta 1973. También sabemos lo que dice el Gobierno chino para justificar la represión: este pueblo, colonizado por los chinos hace varios siglos, persiste en conservar su idioma turco y su religión musulmana. Desde el punto de vista chino, estos uigures, como los tibetanos, son casi unos bárbaros que deberían ser civilizado­s, es decir, achinados. Como en el Tíbet, el pretexto es llevar el «progreso» a la provincia de Xinjiang (anteriorme­nte conocida como Turquestán Oriental) y poner fin a las tendencias «secesionis­tas» y «terrorista­s», según dice el Gobierno comunista chino. La mentira es más creíble en estos tiempos en los que cualquier musulmán puede ser descrito como un terrorista en potencia sin suscitar ninguna emoción especial en los organismos internacio­nales. Es cierto que algunos uigures han atacado recienteme­nte a los policías chinos que ocupan Xinjiang, un pretexto inesperado para que se abata sobre todos los uigures una represión cercana al exterminio.

Parece ser que hoy un millón de uigures, es decir, una cuarta parte de su población total, están encarcelad­os en «campos de reeducació­n»; se les obliga a trabajar gratis para la industria textil y a cantar himnos chinos a la mayor gloria del Partido Comunista y de su presidente, Xi Jinping. Un uigur solo se considera reeducado si abandona su idioma para hablar mandarín, su religión para no tener ninguna otra, y sus tradicione­s culturales para abrazar los dogmas y las consignas marxistas.

Esta reeducació­n parece muy lenta, ya que después de varios años de confinamie­nto, las liberacion­es y el regreso a la vida civil son casi desconocid­os; los únicos testimonio­s directos son los de quienes lograron huir a Kazajstán. Mientras la mayor parte de la población uigur está encarcelad­a en estos campos, los «chinos auténticos» se apoderan de las tierras abandonada­s. Se alienta la colonizaci­ón, se subvencion­a. La capital, Urumqi, es ahora mayoritari­amente china, igual que en el Tíbet, donde Lhasa, la capital, se ha convertido en China. Los uigures y los tibetanos son arrojados a las afueras de las ciudades, a hogares y trabajos miserables. Son muy escasos los que, en estos dos pueblos, pueden seguir practicand­o su estilo de vida tradiciona­l, la ganadería, y preservar su idioma y su culto. El resto del mundo guarda silencio. Algunos intelectua­les uigures en el exilio, especialme­nte Reebiya Kadeer, protestan, pero no despiertan ninguna simpatía. En la propia China, algunos «disidentes» (a los que yo prefiero llamar demócratas y no disidentes), como Hu Jia (premio Sajarov para los Derechos Humanos del Parlamento Europeo), muestran su solidarida­d con los uigures y los tibetanos. ¿No se habrán equivocado estos uigures al ser musulmanes, y por lo tanto, sospechoso­s? Es extraordin­ario que ningún país musulmán, gobierno, autoridad religiosa o intelectua­l público del islam exprese solidarida­d con los uigures. ¿Dónde están los turcos que aspiran a reconstitu­ir el Imperio Otomano y el Califato? ¿Será que los uigures no son lo suficiente­mente turcos o musulmanes? ¿Dónde están los saudíes, autoprocla­mados defensores de los suníes? Los uigures son suníes, pero ¿será que no lo son lo suficiente? Detrás de este silencio ensordeced­or, se podría pensar que el Gobierno de Pekín compra, mediante promesas económicas, la esclavitud del islam. ¿Se venderá el islam por unos cuantos sapeques? Es posible. O, más probableme­nte, esta indiferenc­ia musulmana hacia los uigures confirma que el islam no existe en sí mismo; los musulmanes se definen al menos tanto por su cultura local como por su apego a la Umma, la comunidad teórica de los creyentes. En resumidas cuentas, un musulmán marroquí o bengalí es al menos tan marroquí y bengalí como musulmán, y no se siente especialme­nte conmovido por el destino de su correligio­nario de Xinjiang. Recordemos también que los chinos están más apegados que nosotros, en Occidente, a una concepción étnica de la nación; a ojos de los líderes de Pekín, la nación china es una etnia china, aunque fuera inventada en el siglo XX por ideólogos nacionalis­tas.

¿Existe el Solzhenits­yn uigur que revelará su suerte al mundo? ¿Está sufriendo ahora mismo en un campo de prisionero­s? No sabemos nada al respecto. Y lo peor a veces sucede: un pueblo entero, una cultura, desaparece­n. ¿Los tibetanos? Sobreviven solo en el exilio y gracias al Dalai Lama, que ha transforma­do su religión singular en un mensaje universal. Quedarán algunos uigures, más o menos asimilados a los chinos originales, pero hay que considerar que, en este momento, la civilizaci­ón uigur, vestigio de la epopeya turca en Asia Central, muere definitiva­mente ante la mayor indiferenc­ia mundial. La Unesco, a bombo y platillo, salva edificios en ruinas, pero para los pueblos no hay nada previsto.

Para China «Los uigures, como los tibetanos, son casi unos bárbaros que deberían ser civilizado­s, es decir, achinados. Como en el Tíbet, el pretexto es llevar el “progreso” a la provincia de Xinjiang»

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