Y LA CULTURA ¿QUÉ?
En el reparto del poder del nuevo gobierno de la Junta la cultura ni siquiera se menciona
¿AQUIÉN le importa la cultura? En estos días de elucubraciones sobre el reparto de responsabilidades políticas apenas se ha mencionado quién asumirá la gestión cultural. En la timba de la política es un naipe que pasa desapercibido como si fuera una realidad invisible o anecdótica en esta tierra. Y, sin embargo, si por algo ha trascendido el nombre de Andalucía, ha sido por los personajes de su cultura. El producto interior bruto aquí es la creación, pero en la miopía del presente eso no cuenta.
El nuevo gobierno del PP y Ciudadanos (con Vox al fondo) se ha repartido las consejerías sin que nadie haya hablado de qué ocurrirá con la maltrecha realidad cultural. Pero para qué engañarnos, la cultura será lo de siempre: el adorno, la materia política donde aparecen las fotos bonitas, la gestión amable. Y así van las cosas con monumentos que se caen y miseria para los creadores.
Hay quien puede decir que sí se ha hablado de cultura. De hecho así aparece en el documento de acuerdo entre PP y Vox: «Apoyar por ley la tauromaquia, promover las expresiones culturales y populares andaluzas como el flamenco o la Semana Santa». Esperemos que para el nuevo gobierno la cultura sea algo más que eso. Porque, por otro lado, aquí en Andalucía no es precisamente una materia maltratada.
Con el cambio es de esperar que entre aire renovado en algunas estancias que han permanecido demasiado tiempo habitadas sólo por un hermético círculo de afinidades políticas. Sano ejercicio el del cambio cuando el poder se ha convertido en un cortijo controlado por una red de influencias y enchufismos. Ahora, debería llegar la demolición de una macroestructura de gestión llena de laberintos, de burocracias inservibles, de despachos donde han vivido muy bien unos cuantos privilegiados que ahora lloran por las esquinas. Pero Cultura no ha sido un sector con organigramas gigantes, aunque también ha tenido derivas absurdas en su estructura de gestión. Sin embargo, ya existe la amenaza de que se integrará en otra consejería, rebajándola de nuevo al asunto menor que es para los políticos.
Habrá que ver qué ocurre porque sólo en Sevilla hay multitud de asignaturas pendientes: las Atarazanas, la candidatura de Itálica como Patrimonio de la Humanidad, el abandono del monasterio de San Isidoro del Campo o el reto de estar a la altura en el Año Magallanes. Los nuevos gestores lo tienen fácil. Se ha hecho tan poco que con un mínimo gesto quedarán por encima de quienes estuvieron casi cuatro décadas controlando la memoria cultural de Andalucía.