ABC (Sevilla)

UN PREGÓN DE ROMERO

Este Domingo de Resurrecci­ón dará el pregón taurino mi amigo Alberto García Reyes. Un pregón que ya está oliendo a romero

- FRANCISCO ROBLES

Para ser periodista hay que ser torero. Valiente y cabal, atrevido sin llegar al extremo de lo temerario, dispuesto a jugarse el muslo en cada noticia, en cada reportaje. Presto a lidiar con los cinqueños astifinos y astillados que derrotan por el izquierdo y se vencen, ahora, por el derecho. Para ser periodista de raza hay que tener casta, y esa bravura que consiste en embestir todos los días a la verdad de la noticia, que no al engaño de la manipulaci­ón interesada de la realidad. Asentarse en la arena del folio, trazar derechazos o naturales según venga la ocasión, y entregarse en la estocada cuando se trata de un asunto que va más allá de la raya de picadores que marcan las fronteras de la ética, de la moral o de la dignidad.

Para ser poeta hay que ser torero. Hay que entregarse para salir por la puerta grande o por la enfermería, hay que derramar la última gota de la tinta o de la sangre, que para el poeta son lo mismo. No dejarse ningún muletazo en el esportón. El poeta solo torea de capa a la verónica. Ni un capotazo hacia fuera. Como mucho, la chicuelina para adornarse. Y la media que da Bécquer, que sigue dando Bécquer cuando recorta el último verso del poema para que el silencio remate el lance. El poeta baja la mano para llegar el fondo de su alma, y se destroza cuando escribe por dentro, cuando se araña las vísceras donde está el hígado que le dio su madre, los pulmones que recuerdan el aire y la voz del padre, el estómago donde se alojan las fatigas, el páncreas que es un antídoto contra la amargura.

Para ser periodista y poeta hay que ser una figura del toreo, un artista capaz de jugarse la vida y de crear la Belleza que nos salva del tedio que tanto se parece a la nada de la muerte. Ese torero que coge la pluma y el papel como si fueran la muleta y el estoque dará el pregón taurino que organiza cada primavera la Real Maestranza de Caballería. Será en el Lope de Vega, ese estuche donde se guarda el eco de los cantaores que nos marcaron la vida cuando éramos jóvenes. Allí sonará el miedo en el clarín roto de Fernanda, o el espasmo abelmontad­o en la seguiriya terrible, como una cornada a destiempo, de Terremoto.

Ese torero de las letras volvió el Maestranza boca abajo cuando puso en suerte al miura que le escarba el albero al Señor del Baratillo. Ahora tendrá que hacer lo mismo con el teatro que más se parece a la plaza de los toros. Echará mano de la alternativ­a que le darán sus abuelos, los que tenían el privilegio de llevar la cultura únicamente en la sangre, como proclamó García Lorca — el autor del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías— cuando conoció a Manuel Torre. Y se presentará a pecho descubiert­o, con la femoral y la safena por delante, sin más engaños que el vuelo de la metáfora que maneja como si su madre lo hubiera parido para eso, y solo para eso. Este Domingo de Resurrecci­ón no hará el paseíllo el torero de mi padre en la Maestranza, pero dará el pregón mi amigo —aquí no nos escondemos en los burladeros de la vergüenza— Alberto García Reyes. Un pregón que ya está oliendo a romero…

ESE TORERO QUE COGE LA PLUMA Y EL PAPEL COMO SI FUERAN LA MULETA Y EL ESTOQUE DARÁ EL PREGÓN

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