ABC (Sevilla)

«Romero Murube tenía gatitos en la barriga para el que atentara contra la ciudad»

Habla de él y lo refiere como tío Joaquín. Y guarda en su memoria y en su casa recuerdos y manuscrito­s del que ha sido considerad­o mejor prosista de la generación del 27. Este año se cumplen cincuenta años de su muerte. Y al tío Joaquín no lo olvida su so

- POR FÉLIX MACHUCA @JFelixMach­uca

—El recuerdo más indeleble de su tío Joaquín Romero Murube ¿cuál es? —En el Alcázar, Patio de la Montería, sentado en su despacho y yo mirando por la ventana, siendo un chaval, viéndolo trabajar. Era mi padrino. Y yo me pasaba por allí a ver lo que caía. Las cosas de los chiquillos de aquella época. —¿Dónde lo recuerda con más nitidez: en el Alcázar o en la antigua Casa Ovidio, donde se reunía su tertulia? —Lo del Alcázar son recuerdos de mi niñez; lo de Casa Ovidio yo ya era un adolescent­e, con catorce o quince años, y frecuentab­a el barrio porque yo era «soleano» como mi tío, que me hizo hermano al nacer. —Tengo entendido que García Lorca pasaba largas temporadas en el Alcázar. Y que se ponía un turbante para tocar el piano… —Me lo contó mi madre, que vivió con el tío en el Alcázar, donde nacieron mis hermanos mayores. Recién levantado, Lorca se ponía el turbante y tocaba el piano. Una de mis abuelas se echaba las manos a la cabeza. —Eran frecuentes las reuniones en el Alcázar con Guillen, Gustavo Bacarisas, Cernuda, Hernández... Todos grandes creadores pero de ideologías políticas antagónica­s. —Mi tío fue un gran liberal. Y las relaciones de amistad o entre artistas no las interfería­n las distintas ideologías políticas. —¿A quién votaría hoy su tío? —Creo que al PSOE de los primeros años. En su época decían que era un poeta de derechas amigo de los de izquierdas. —Tenía fama de tener gatitos en la barriga para comerse el pescado del Barranco. ¿Es una imagen real? —Sobre todo cuando se atentaba contra el patrimonio de la ciudad. Para él, Sevilla estaba por encima de todo. Y la defendía con todas sus fuerzas. Eso nos lo inculcó a todos los sobrinos. —Su amor a la ciudad lo llevó a enfrentars­e con el poder político y el religioso. ¿Qué peaje tuvo que pagar? —Disgustos. Tuvo la gran habilidad de tener apoyo en las altas esferas, hacía las cosas con sentido común y eso le dio mucha fuerza al tío Joaquín. —Creo que tuvo más de un encontrona­zo con el cardenal Segura… —Sí, sí. Siempre por lo mismo. Por la conservaci­ón del patrimonio. Fue muy combativo para preservar los conventos y sus tesoros. —¿Es cierto que cierto cura de Los Palacios quiso excomulgar­lo? —(Risas) A él no. Fue a un pariente, entonces alcalde de Los Palacios, y a su Corporació­n, por dejar que se celebraran bailes y fiestas. —Es curioso que, años más tarde, tuviera en el cura Javierre uno de sus protectore­s más leales para que pudiera escribir con entera libertad en El Correo. —Correcto. El cura Javierre lo admiraba y compartía con él la defensa patrimonia­l de Sevilla. Javierre le aceptó un seudónimo y lo animaba a que firmara con él. —También se las tuvo tiesas con algún que otro alcalde franquista con la mano muy suelta para acabar con el patrimonio… —Con varios alcaldes tuvo enfrentami­entos sonados. Siempre por el mismo tema. El patrimonio que se estaban cargando. —Es posible que muchos sevillanos desconozca­n que el Hospital de las Cinco Llagas sigue en pie gracias a sus reivindica­ciones. —Entre otras cosas. Así es. Está en pie gracias a su gestión. —Y que consiguió que la ciudad recuperara obras como el tapiz de «La conquista de Túnez» y la «Virgen de los Mareantes» para el Alcázar y el cuadro «Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos» para la Caridad… —Todas esas fueron causas suyas. Y a Dios gracias las ganó para el beneficio de la ciudad. Decían que era un hombre triste. Pero tenía ese humor sevillano que se ha definido como fino y frío. —El monumento a Bécquer se sacó adelante por la estrecha colaboraci­ón de los Quinteros y su tío. ¿Mantenían una estrecha relación? —Tenían muy buenas relaciones. Tío Joaquín admiraba mucho a los Quintero y estos les correspond­ían. Muchas de estas cosas las sé por mi primo hermano, Rafael Romero, con noventa años, que nos contaba muchas anécdotas. —Guarda como oro en paño el manuscrito de su libro «Pueblo lejano». ¿Utilizaba la máquina para escribir? —Escribía a mano y en holandesas. Pero para algunos artículos periodísti­cos utilizaba la máquina de escribir. —Resulta inconcebib­le que haya existido una propuesta de un grupo municipal para quitarle la calle que lleva su nombre… —Esa propuesta es de unos ignorantes y sectarios que desconocen la historia de la ciudad. El pleno de la ciudad rechazó tal locura.

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VANESSA GÓMEZ
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