El último presidente del Soviet Supremo
∑ Anatoli Lukianov presenció entre barrotes el final de la Unión Soviética
Anatoli Lukianov encarnaba a la perfección la figura del burócrata del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en cuyo aparato empezó su céntrica carrera –nunca fue destinado fuera de Moscú– como asesor de la Comisión Legal en 1956, año en que Nikita Jruschov puso en marcha la «desestalinización», más para consolidar su poder que para reformar el régimen en profundidad. El cambio superficial de paradigma dejó indiferente al joven Lukianov, más interesado en medrar que en las sutilezas doctrinales: había entendido perfectamente que su futuro estaría, durante muchos años, supeditado a la disciplina y al silencio. Fiel a esta línea de conducta, atravesó sin vaivenes los tiempos de Alexei Kosiguin y Leonid Brezhnev, siempre en tareas jurídicas pero con presencia en atalayas estratégicas, como la Comisión Central Auditora, el órgano supervisor del PCUS, que hacía y deshacía carreras.
Su primer cargo de responsabilidad llegó en 1983, ya con Yuri Andropov como máximo dirigente soviético, al ser nombrado jefe de la Secretaría del Soviet Supremo. Una época en la que también empezaba a despuntar en las altas esferas Mijail Gorbachov, compañero de promoción de Lukianov en la Facultad de Derecho y su superior directo cuando ambos militaban las juventudes comunistas. De ahí que cuando el primero se convirtió en secretario general del PCUS decidiera potenciar al segundo: en menos de tres años, Lukianov ocupó la jefatura del Departamento General del PCUS, entró a formar parte del Comité Central, del Politburó y del Soviet Supremo como miembro de pleno derecho, convirtiéndose en su vicepresidente en 1989 y en presidente al año siguiente.
Esa confianza que Gorbachov había depositado en quien aún era su aliado se visibilizó en episodios como el anuncio y gestión, por parte de Lukianov, de la reforma política de 1988, que terminó propulsando al líder soviético a la jefatura del Estado, pues hasta esa fecha no se podía combinar esa posición con la de secretario general del PCUS. Ese fue el último servicio que Lukianov prestó a Gorbachov.
El ascenso de Lukianov en el Soviet Supremo no fue óbice para que sus críticas hacia Gorbachov se fuesen agudizando a medida que se desmoronaba la Unión Soviética, proceso histórico que nunca aceptó, pues entendía la «Perestroika» como un mero ajuste limitado en el espacio y en el tiempo. Lukianov discutió abiertamente la esencia y la forma del nuevo Tratado de la Unión, último intento gorbachoviano por evitar lo inevitable. Lukianov se opuso a la retirada de la palabra «socialista» del nombre del país. Detenido a raíz del golpe de Estado de 1991 –que aprobó sin haber participado en la conspiración–, Lukianov presenció entre barrotes el final de la Unión Soviética. Tras su liberación, logró escaño en la Duma y participó en la refundación del Partido Comunista en Rusia. Murió con sus certezas: el traidor fue Gorbachov, el golpe de Estado no le debilitó y la URSS nunca debió desaparecer.