DEBATE IMPOSIBLE
Hay muchísimas otras cuestiones en las que se nos escamotea el contraste de opiniones divergentes
SIN franqueza, el debate resulta no ya estéril, sino imposible. Y en nuestra sociedad —la andaluza, que nos pilla más a mano—, el debate de ideas se ha desarrollado en los últimos años sin evidente franqueza, lleno de subterfugios y repleto de sobreentendidos, alambrado con púas de corrección política tras las que sentirse a salvo de una carga dialéctica en campo abierto como esas justas medievales en que los caballeros enristraban la lanza para acometer con nobleza a su oponente sin más defensa que la propia adarga. Alguna vez, allá por los albores de la democracia restablecida a finales de los años 70, el debate político fue así: honesto, al menos. En su lugar, durante los últimos tiempos hemos desarrollado una habilidad casi enfermiza para hablar sin decir nada a fin de eludir cualquier tipo de compromiso.
La controversia sobre la violencia machista con la que entretuvimos la espera de la formación del acuerdo de gobierno es, quizá, el ejemplo más evidente de esta forma de hurtar el debate bajo un espeso velo de unanimidad que acalla cualquier voz crítica. Pero hay muchísimas otras cuestiones en las que se nos escamotea el contraste de opiniones divergentes agazapados en alguno de los cráteres abiertos por el bombardeo de saturación con que se prepara el terreno para su posterior ocupación ideológica. Viene sucediendo en torno a las cuestiones más espinosas: la prisión permanente revisable, la aplicación de la eutanasia a enfermos terminales, el aborto o el modelo educativo. Ese tipo de asuntos en los que están en juego los valores que informan nuestra forma de ver el mundo y que son el sustrato de la persona. Pero ese es justamente el terreno donde se habla con más disimulo, sin atreverse a exponer las consideraciones propias a la intemperie de los argumentos en contra de los oponentes dialécticos.
Esa era históricamente la función del Parlamento: el sitio donde se ventilaban las ideas en torno a las cuestiones dignas de debatirse en la arena política. Pero ese diálogo hace tiempo que dejó de ser posible en cuanto se evaporó la franqueza a la hora de armar el discurso por parte de los políticos. Y, uno tras otro, vamos tachando los temas sobre los que es posible defender una opinión discordante con la de la mayoría establecida.
El triunfalista discurso de la presidenta en funciones Susana Díaz para felicitar el año nuevo a los andaluces sonaba precisamente a ese lenguaje impostado que es el que hace atractivo, por contraste, a los populistas que hablan a las claras aunque sus palabras rechinen. Los andaluces precisamos en esta nueva etapa de un debate sin apriorismos ni anteojeras ideológicas en las que las ideas se batan a cuerpo en el terreno de la discusión. De otro modo, seguiremos presos de esta realidad recreada en la que se hace imposible vivir cómodo.