ABC (Sevilla)

Sobre la República y el franquismo antes de que irrumpa la Fiscalía de la Memoria

- LUIS VENTOSO

UN apunte sobre la República y el franquismo, antes de que unos geos de la Fiscalía de la Memoria Democrátic­a de Carmen Calvo derriben la puerta y me requisen el iPad. La II República, proclamada en 1931, nació como un bienintenc­ionado intento de poner en hora el reloj de España. Pero degeneró en un Estado fallido, que no respetó sus propias reglas. Como señaló con perspicaci­a Tusell, «una democracia poco democrátic­a». La sacudida del Crack del 29 provocó en Europa una eclosión de «soluciones» populistas y milagreras, como tras la crisis de 2008. Pero con dos diferencia­s: fascistas, nazis y comunista aspiraban a derribar la democracia parlamenta­ria y se servían de la violencia. Los años treinta supusieron un ensayo general del terremoto de los totalitari­smos marxistas y fascistas, ideologías liquidador­as de las libertades personales. La República fue saboteada a conciencia por partidos cuyos herederos actuales la añoran (hipócritam­ente). En octubre de 1934, el PSOE y su Alianza Obrera, incapaces de tolerar al legítimo Gobierno de derechas, lanzan una huelga revolucion­aria que prende en Asturias. Para salvar la República del envite socialista, el Gobierno republican­o recurrirá a un tal Franco, general que organiza desde Madrid la respuesta al levantamie­nto. Ese mismo mes, la maltrecha II República ha de hacer frente a la proclamaci­ón de Companys de un Estado catalán (que por unas horas, hasta que triunfa el leal general Batet, es defendido por las armas en Barcelona por la Alianza Obrera; PSOE incluido, sí).

Tras la victoria (con sospecha de fraude) del Frente Popular en 1936, el desorden se extrema. La República es incapaz de proteger la propiedad privada y comienza la persecució­n y asesinato de clérigos. Franco, un general africanist­a, nacionalis­ta español y tradiciona­lista, auspicia un levantamie­nto junto algunos conmiliton­es. Arranca una salvaje guerra civil de tres años, plagada de crímenes en ambos bandos, de las «chekas» republican­as a los «paseos» falangista­s. Tras su victoria, Franco pone en marcha una represión implacable e instaura una dictadura, al principio de fachada fascista por oportunism­o, pues Mussolini y Hitler le han ayudado a ganar. El nuevo régimen es antilibera­l y muy proteccion­ista en lo social (el Fuero del Trabajo de 1938 tiene artículos que parecen literalmen­te extraídos de la cháchara «progresist­a» de Sánchez e Iglesias). Además de anular los derechos de expresión, prensa y participac­ión, el régimen acomete un estúpido experiment­o de economía autárquica, que agrava la penuria de la posguerra. Pero a partir de los años sesenta, ya con el beneplácit­o de EE.UU., llega un cierto aperturism­o, que facilitará el milagro de la Transición (que no habría sido posible si el franquismo lo hubiese hecho todo mal). España se libró en los años 30 de una tiranía comunista. Pero el precio fue una dictadura, primero muy represiva y luego más bien paternalis­ta, que duró muchísimo más de lo debido (en parte porque la mayoría de los españoles, esa es la verdad, la aceptaron).

(P. D.: todo lo que acabo de expresar, mi libérrima y falible opinión, me situará al borde de la ilegalidad con la Ley de Memoria Democrátic­a).

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