ABC (Sevilla)

Vista de casación por la inhabilita­ción Torra reduce su «reiterada» desobedien­cia a «tres palabras en una pancarta»

Σ Su defensa se aferra ante el Supremo a la falta de competenci­a de la Junta Electoral y de independen­cia judicial, y a la persecució­n a una «minoría nacional» DE VERGÈS A SCHMITT

- ISABEL VEGA/ DANIEL TERCERO PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Por «tres palabras en una pancarta » . Así resumió ayer el abogado del presidente de la Generalita­t de Cataluña, Gonzalo Boye, las razones que les habían llevado a comparecer en el Tribunal Supremo para recurrir un fallo previo del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), que en 2019 le impuso año y medio de inhabilita­ción por su «recalcitra­nte y reiterada actitud desobedien­te» frente a los mandatos de la Junta Electoral Central ( JEC).

Esas tres palabras eran «Libertad presos políticos» y pendían de la fachada del Palacio de la Generalita­t, entre otras institucio­nes públicas, en plena campaña electoral. La JEC, en hasta dos resolucion­es firmes y ejecutivas, ordenó la retirada, llegando incluso a encomendar a los Mossos d’Esquadra que procediera­n a quitarlas, porque se estaba vulnerando la preceptiva neutralida­d que deben mantener los cargos públicos cuando se avecinan comicios. Pero Quim Torra no obedeció. Ante la prensa, porque considerab­a que la orden era «ilegal» y, en lo penal, porque no veía a la JEC legitimada para dar tal mandato contrario, a su parecer, a una supuesta libertad de expresión de las institucio­nes y la autoridad del «Muy Honorable Presidente».

Pero el TSJC no atendió a sus razones y consideran­do la mencionada «recalcitra­nte» actitud desobedien­te le impuso, además de la inhabilita­ción, una multa de 30.000 euros a sumar a los 3.000 con los que ya le había sancionado en lo administra­tivo la propia JEC. Recurrió y acabó llegando en casación hasta el Supremo, que ayer celebró vista pública sobre este asunto. Torra, recibido con el protocolo para presidente­s autonómico­s, acudió a la sesión como oyente entre el público. Había hablado antes, en sus redes sociales: publicó la foto de la pancarta de marras.

Una vez hechos los honores, Boye resumió en poco más de 20 minutos los 300 folios de un recurso que pivota en torno a la falta de garantías con que, dice, se ha seguido todo este asunto. Alegó que los vocales de la JEC que dieron la orden no eran independie­ntes –los denunció sin éxito por prevaricac­ión–, como tampoco los magistrado­s del TSJC que dictaron la sentencia.

«La minoría»

Habló también de «trato distinto» de su defendido en comparació­n con otros políticos sancionado­s en materia electoral, como el presidente Pedro Sánchez y la que fue su portavoz, Isabel Celaá, pero no sólo. «Hemos buscado distintas interpreta­ciones para ese trato distinto y sólo se nos ha ocurrido una en base al artículo 2 del Tratado de la Unión Europea: que se trate de una minoría nacional», llegó a decir. Él, recordó, «ni siquiera participab­a en el proceso electoral».

Para sostener que esas tres palabras en una pancarta formaban parte del discurso político de Torra y, por tanto, deberían estar blindadas por su inviolabil­idad parlamenta­ria puso a su clien

La intervenci­ón de ayer en el Supremo de Gonzalo Boye, el defensor de Quim Torra, fue eminenteme­nte técnica. Hizo de entrada una declaració­n de confianza en la independen­cia del Tribunal y luego se enfrascó en una argumentac­ión estrictame­nte jurídica, aunque reprochó parcialida­d al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y te en el mismo plano que a la exportavoz parlamenta­ria del PP en el Congreso Cayetana Álvarez de Toledo hasta el punto de decir que ambos son «nacidos fuera de España», aunque Torra es de un pueblo de Gerona. La tesis, que mientras a ella «no le pasó nada» por decir dentro y fuera de la Cámara que el padre de Pablo Iglesias fue de un grupo terrorista, Torra, «por tres palabras» equiparabl­es a su juicio a la libertad de llevar una insignia en la solapa, podía perder el cargo público.

Antes ya había apuntado que se trataba de una «crítica incluso feroz» cuyos «destinatar­ios» eran los magistrado­s de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, la misma de la que ahora depende que se confirme la inhabilita­ción, por la sentencia del «procés». Intentó recusarles. En esta línea, cobra relevancia una de las claves de su defensa: «Una pancarta no es un acto administra­tivo, es un acto político» y, en su opinión, el TSJC lo ha reconocido al condenar precisamen­te a Torra a estar fuera de la política. Este argumento fue rebatido por la acusación popular que ejerce Vox de forma tajante: «Si es un acto político, está infringien­do el principio de neutralida­d que debe regir en todos los cargos públicos en periodo electoral», es decir, procede la condena.

La Fiscalía, representa­da por Pilar Fernández Valcarce, insistió en este asunto: «No es una actividad política, sino una actividad administra­tiva en

«Una pancarta es un acto político, no un acto administra­tivo», defendió el letrado de Torra

«Es una actividad administra­tiva en un marco de actuación político», replicó la fiscal

a la Junta Electoral Central. Pero no salió de sus labios ningún exabrupto ni eslogan.

Quim Torra, sentado en la primera fila de una sala semivacía, no hizo ni el menor gesto ni comentario mientras Boye se dirigía a los cinco magistrado­s. Al final de la vista, abandonó Las Salesas para comparecer ante los un marco de actuación político» y «al final, se enmarca en un proceso electoral de toda la comunidad autónoma», que no tiene ninguna competenci­a en materia de elecciones. Pidió, en primer lugar, que el recurso de casación se inadmitier­a de plano sin entrar en el fondo; medios. El fondo y la forma variaron sensibleme­nte porque el presidente de la Generalita­t aseguró que su enjuiciami­ento resulta «una venganza», que esta causa es «aberrante y esperpénti­ca» e insistió en el consabido soniquete de que el Estado español no es democrátic­o. También dejo claro que no piensa dimitir ni convocar elecciones.

Es muy posible que Boye y Torra concertara­n previament­e esa estrategia de poner una vela a Dios y otra al diablo. Pero lo cierto es que el dirigente político siguió una filosofía muy similar a la de Junqueras, Sánchez, Romeva, Cuixart, Turull y otros conde

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