Donde hubo fuego siempre quedan rescoldos
El plebiscito nacional celebrado el pasado octubre fue el bálsamo que calmó de forma pasajera la piel de un país sacudido durante meses por la protesta y la violencia. Hay ganas de cambiar las cosas en Chile, pero también prisa, sobre todo en los márgenes de una sociedad que sufre arritmias. Algunos no pueden ni quieren esperar a la elección de los miembros de la Convención Constitucional, prevista para el próximo abril, y reverdecen de madrugada los laureles de una revuelta en la que confluyeron las ganas de cambio de la mayoría con la ira de los radicales. Cualquier chispa es capaz de provocar la llama en Chile. El último episodio tuvo como escenario la ciudad de Panguipulli, donde la muerte de un malabarista callejero, abatido a tiros y sin contemplaciones por un agente de los Carabineros, provocó una oleada de indignación y vandalismo. A las barricadas siguió el incendio de diez edificios públicos, incluida la sede del Ayuntamiento, la comisaría local y el Registro Civil, consumidos por el fuego. Incluso el alcalde de Panguipulli reconoció el carácter «pacífico y respetuoso» de la víctima de los disparos de los Carabineros, a los que tachó de «negligentes» y responsabilizó de todo lo ocurrido durante la madrugada del sábado. La Justicia chilena mantuvo ayer en prisión al policía que mató al artista callejero y el ministro de Interior compareció para pedir calma a la población y condenar «el ensañamiento contra la infraestructura pública» registrado en la ciudad sureña. A dos meses de los comicios de los que saldrá la convención encargada de redactar la nueva Constitución, Chile se apresura en apagar las llamas de un incendio que alerta contra las distintas velocidades y motivaciones del cambio.