Las togas de la izquierda judicial no pisan la tintorería
e tiempos de Justiniano I, el Grande, le debe venir a la izquierda judicial la probidad, rectitud e integridad (todas presuntas, naturalmente) de la que viene alardeando desde hace años. La izquierda judicial de estos días la lidera Cándido Conde-Pumpido, seguido a corta distancia por el juez José Ricardo de Prada, que lo mismo te aparece firmando una frase en una sentencia que es utilizada (de forma gratuita, según el Tribunal Supremo) para derribar un Gobierno del PP, que emerge en una lista de vocales progresistas candidatos al CGPJ.
A Conde-Pumpido solo le debe quedar meter mano en el Tribunal de las Aguas porque de una manera u otra ha estado paseando la toga por todas las magistraturas posibles hasta llegar al Tribunal Constitucional, donde estos días hay quien asegura que se ha puesto la gorra de plato para decir quién es apto y quién no para llegar al TC a propuesta del PP. Este no pasa –viene a decir Cándido en la garita– porque se ha mostrado en contra del «procés»... es decir, exactamente igual que él hizo 22 días después del 1-O en una conferencia en la que criticó a los separatistas por «desviar dinero público de su finalidad esencial para invertir su destino y
Dser utilizado contra el Estado que constituye el fundamento de su autogobierno». Es decir, la izquierda judicial nunca se contamina, su pureza, integridad, neutralidad y entrega en cuerpo y alma a la ley son máximas. No así los llamados jueces conservadores que rápidamente deben ser excluidos por prejuiciosos. Si acaso –en palabras del propio Pumpido en su etapa de fiscal general con Zapatero– la justicia progre tolera que «el vuelo de las togas no eluda el contacto del polvo del camino», por ejemplo cuando tocaba tener manga ancha con los etarras porque el gran estadista leonés andaba negociando con ETA... hasta que le volaron la T-4. El caso de De Prada, incluido con calzador por el PSOE para convertirse en excusa entre los nombres vetados por el PP en la renovación del CGPJ, es paradigmático de lo que es un juez progresista como Dios manda, tan puro, tan jurídicamente cabal que siendo magistrado de la Audiencia Nacional se le toleró que asegurara que en España «la tortura se ha producido de manera muy clara». Le faltó a los proetarras asistentes a la charla bailarle un aurresku a De Prada cuando vino a acusar de torturadores a policías y guardias civiles. Antes, volvió a llenar el bajo de la toga de cascarrias del barro del camino cuando justificó el «chivatazo» a ETA en el caso Faisán por «el contexto político». ¡Ole tú!, que diría Raimundo de Peñafort. En 2014, ya con la toga camino del tinte, J.R. afirmó que «las condenas a los etarras eran excesivamente altas». Y últimamente vino la frase famosa para hundir el Gobierno de Rajoy, que el Tribunal Supremo, en el recurso de casación de la sentencia de la Gürtel, consideró claramente «excesiva», quizá más en el terreno de su faceta de conferenciante bocachancla que en el de un magistrado administrando justicia. Pero para entonces, Sánchez ya estaba en La Moncloa. ¿Acaso le duele menos a un sirio si la bomba se la tira un afroamericano?
dormecida nuestra sensibilidad por la brutalidad de los tuits de Trump, es entendible que un bombardeo con veintidós muertos no despierte escándalo ni demasiado interés.
Después de haber vivido cuatro años de motes, bromas, tuits acabados en «sad!» y ‘ataques’ a periodistas en ruedas de prensa a cara de perro… ¿qué es un ataque cruento en Siria, un ataque a milicianos proiraníes? ¿Qué es un miliciano proiraní? ¿Alguien tiene la más remota idea de qué es eso?
Es difícil saber nada después de las últimas décadas. Del cisco geopolítico al que contribuyó Biden personalmente. Votó a favor de la guerra de Irak, y luego ‘gestionó’ la zona con Obama. Se encargó él. La retirada fue tan mala como la invasión y provocó un vacío que daría lugar al Daesh. Después vendrían las Primaveras, Libia y Siria, donde rebotan todos los errores anteriores.
La hoja de servicios de Biden es temible. Los antecedentes no es que sean sanguinarios, es que son una garantía de desorden y catástrofe humanitaria, pero... ¿ustedes escuchan algo?
Con él vuelven ‘ halconazos’ de tiempos de Obama. Imperialismo en el exterior; ‘woke’ y Justicia Social en el interior. Hagan lo que hagan, lo harán con diversidad. ¿Le dolerá menos a un sirio si la bomba se la tira un afroamericano? ¿Tendrá género un dron o será fluido??
No parece, de todos modos, que su política vaya a ser un retorno exacto al obamismo. Mucho menos a los locos tiempos anteriores. No ha hablado de extender la Libertad, sino de conservar la democracia frente a los regímenes autocráticos, sin mucha convicción y sin llegar tampoco a hablar de bloques.
El discurso aislacionista de Trump, popular aunque no lo votaran los muertos, hace difícil la vuelta, siquiera retórica, a viejos argumentos. Sin embargo, el mundo con Biden ya parece distinto. Un lugar, de nuevo, donde las acciones militares pasan desapercibidas o son directamente disculpadas. Como si los celosos guardianes de lo demoliberal (hola, qué tal) hubieran pasado de exagerar tuits a ignorar ‘tomahawks’.
ASolo los jueces progresistas como Pumpido pueden haber opinado en contra del «procés» sin contaminarse; los conservadores, a apartarse que molestan